Santa María de Valdediós, una iglesia entre dos mundos

15/8/11 .- http://www.lne.es

El mayor templo románico de la región resume ocho siglos de vida monástica

Valdediós tiene pedigrí. A las once y media de la mañana de un día laborable de julio una veintena de personas esperan al guía para iniciar la visita al monasterio. Primero el claustro, impresionante estructura de tres pisos y unos treinta metros de lado. «El primitivo claustro románico era, al menos, tan grande como éste», matiza Adrián Carneado al grupo, sobrino, nieto y biznieto de guías de Valdediós. Aprendió los secretos del edificio cuando era un niño, poco menos que de la mano de sus familiares. Y tiene en la iglesia románica de Santa María el rincón preferido de un complejo que nos retrotrae hasta el siglo XIII.

La iglesia de Santa María tiene vocación de catedral. No es cuestión de dimensiones porque, aunque el templo es el mayor del Románico en Asturias, no es una construcción para multitudes. El porte se lo dan las proporciones, perfectas en su conjunto, asombrosamente imprecisas en los detalles. Desde el altar, la iglesia de Santa María da la impresión de que se viene abajo por efecto visual de las asimetrías. La iglesia cedió en su lado norte como consecuencia de siete siglos de inundaciones. No es que se empapara el suelo o que cayeran goteras, es que el agua entró a saco en el templo, con fuerza y a raudales.

Adrián Carneado enseña a los visitantes la marca grabada en la pared que muestra hasta dónde llegó el agua en una de aquellas inundaciones apocalípticas que duraron hasta 1994. Está a tres metros de altura, más o menos. Lo milagroso es que la iglesia siga en pie.

Santa María es una conjunción de estilos, el ejemplo en piedra del entronque de dos culturas no sólo artísticas. De las cornisas hacia arriba suena a Gótico; para abajo, puro Románico, sin una sola oportunidad al adorno. Capiteles desnudos para no turbar la concentración de los monjes que hasta el siglo XVIII vivían en régimen de clausura total.

Desde hace muy poco tiempo habitan el monasterio los frailes de la orden francesa de San Juan Apóstol, una docena de religiosos que hacen vida exterior y que están casi aterrizando en Asturias. Hábitos grises para un monasterio rodeado de verdes.

Ese paso tranquilo entre el Románico y el Gótico queda plasmado en un rostro, el del Cristo que presidió en su día el altar mayor y hoy forma parte del calvario expuesto en la sacristía. Tiene corona de espinas y paño hasta las rodillas, y sus pies están clavados con un solo clavo. El experto ve en estos detalles la llamada del Gótico, pero lo realmente excepcional de ese Cristo vapuleado por el tiempo es su expresión, ojos abiertos, mirada de resignación. Hay más pena que dolor físico. La mirada del hombre, más allá del rostro hierático del Románico.

El retablo de La Asunción es luminoso, dorado y recargado, fruto de la necesidad del momento de homenajear a muchos pioneros de la piedad. San Esteban y San Albérico, dos de los fundadores de la orden benedictina. Arriba, la belga Santa Lutgarda, nacida a finales del siglo XII, monja abadesa. El retablo encaja en el ábside como anillo al dedo aunque es evidente que no siempre estuvo ahí.

En la nave central se mantiene la talla en sobrerelieve del Santiago matamoros, que hasta hace muy poco tiempo era complementado con las cuatro estatuas de caballeros cristianos cortando cabezas de infieles. Presidían el crucero de la iglesia y fueron retiradas por la carcoma. Eran tan políticamente incorrectas que el abad anterior, Jorge Gibert, de la orden benedictina, no debía de tener demasiadas ganas de reponerlas en lugar tan destacado. Mejor las columnas sin hazañas bélicas, que para eso estamos en un lugar de paz.

La primitiva iglesia románica tenía tres portadas, con sus respectivas ventanas, pero los añadidos monacales prácticamente cegaron dos de ellas. Hablando de añadidos, la construcción que el visitante encuentra a la izquierda, según mira de frente la fachada principal, clama al cielo y pide a gritos que se la lleven por delante. Es del siglo XVIII al parecer, pero tan manoseada que ha perdido sentido estético y hasta funcional.

A pocos metros de ese estorbo aún se puede leer (es un decir) la inscripción fundacional del templo, escrita de abajo a arriba. El maestro constructor fue un hombre llamado Gualterio.

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