El nuevo castillo de Luna (Sevilla)

4/3/11 .- http://www.abcdesevilla.es

Tras diez años de obras, Mairena del Alcor abre al público su castillo. Arquéologos y políticos disienten sobre el resultado final de la restauración

El distintivo de Mairena del Alcor era el castillo de Luna y su entorno natural, que conformaban un paisaje único e indisoluble en la campiña sevillana. Los elementos del escenario, aunque no la estampa, siguen ahí, pero el paisaje está quebrado, irreconocible. Más bien se diría que a la tierra maravillosa de Mairena le han plantado encima, en cuestión de meses, un remedo del castillo original, de estética no muy alejada del parque temático pero con pretensiones de diseño.

La luz del sol hacía maravillas en estos muros curtidos lentamente por el tiempo. Bastaba con observar para disfrutar a cualquier hora del día. El tiempo pinta y modela; la luz da la vida. La del otoño, tan clara, le sacaba los colores más naturales: toda la gama de la tierra con que se fundía la fortaleza: los ocres, el siena, los matices suaves, tostados y dorados. De las tonalidades rojizas se encargaba el atardecer del verano, y el rayo rasante acentuaba la rugosidad de la tierra prensada de los paramentos. Mil efectos extraordinarios nos ha regalado este castillo que ahora parece inexpresivo. Por eso lo compró Bonsor. Hoy no lo hubiera comprado, porque Jorge Bonsor, francés de nacimiento, era pintor además de arqueólogo e historiador, y nada más llegar a Mairena se entusiasmó con el castillo y su vista. Allí instaló su vivienda, la llenó de las piezas arqueológicas que iba coleccionando, de cuadros y libros, sin apenas alterar la imagen general de este monumento que hoy todos conservamos en la mente.

Borrar la historia

En esa tendencia por disfrazar lo auténtico para que parezca recién terminado han proseguido en estos meses las obras de rehabilitación hasta dejar la fortaleza separada de la historia. El viejo castillo, desligado ahora del terreno de donde parecía emerger, yace bajo una capa espesa y homogénea que oculta gran parte de las texturas exteriores que tanto gustaban a Bonsor. Ha ganado protagonismo este castillo intruso, relamido y moderno. Era más difícil y quizás menos rentable consolidar un pasado vivo en el que se reconocía el origen árabe y la evolución cristiana de su fábrica, que borrar su autenticidad a base de enfoscados masivos y gruesos. Y si de restaurar se trata, más adecuado hubiera sido la aplicación selectiva de la técnica del tapial, que es resanar el castillo con el método tradicional que empleaban los vecinos del pueblo. El tapial sigue vigente en muchos lugares del mundo. Un buen ejemplo lo tenemos en la muralla almorávide de la Macarena, restaurada por José García Tapial y José María Cabeza.

Al castillo de Luna lo han cubierto como se recubren las tartas, pasándole el cuchillo a lo largo, con líneas paralelas, mas unos agujeros donde antes había mechinales. Y así, en generosas raciones, la nata de cal y arena (peor hubiera sido el cemento) ha ocultado el relieve natural de los muros, las estrías, las oquedades, el cromatismo: lo más verdadero y mágico que tenía el castillo de Luna. Se ve la crema invasora aunque no la verdadera sustancia que tapa. La luz natural hace lo que puede, pero es contraproducente porque resalta aún más el nuevo revestimiento espeso que se distribuye en distintos planos con caprichosos e innecesarios recortes reposteros. Teóricamente y en la práctica, el desaguisado quizás tenga remedio, pero ya es un hecho consumado, y eso, en Sevilla, es inamovible e irreversible porque, como dice una arqueóloga, no hay dinero para devolver el castillo a su estado original. Igual que el disparate de las setas de la Encarnación.

Voces críticas

Rompiendo el silencio que adormece a la Sevilla académica, ha surgido la voz de algún arqueólogo comprometido con la historia. También se ha oído a la asociación Ben Baso propagar una denuncia bien fundamentada del Colegio de Licenciados en Filosofía y Letras y Ciencias de Sevilla y Huelva, firmada por el presidente de la Sección de Arqueología, Jacobo Vázquez Paz. El texto va dirigido al delegado provincial de Cultura de Sevilla, con fecha del 11 de marzo de 2010, cuando las obras estaban avanzadas. Este informe es claro y preciso al alertar de «la probable realización de obras de todo punto inapropiadas y lesivas que se están llevando a cabo en el BIC Castillo de Luna de Mairena del Alcor», y destaca «la aparatosidad» de los trabajos realizados en los paramentos de murallas y torres: «las masivas obras de revestimientos de tapiales». Y continúa: «Los procedimientos que se deben realizar sobre este tipo de construcciones defensivas aconsejan consolidaciones y reposiciones puntuales en elementos que objetivamente se encuentran disgregados. Para ello hay actuaciones de restauración muy especializadas, desaconsejándose siempre rehacer de forma extensiva las fábricas, puesto que se altera lo original y se desvirtúa su imagen reconocida históricamente», ya que estas obras «enmascaran un Bien de Interés Cultural, como es el Castillo de Luna, y le provocan un daño que puede ser irreparable, puesto que es posible la no reversibilidad de la actuación, premisa que siempre se debe tener en cuenta en cualquier obra de restauración».

Cultura, que había dado el visto bueno a través de la que debería llamarse Comisión para la Destrucción del Patrimonio Histórico, desoyó a los arqueólogos, que tanto saben de estas cosas, y las obras siguieron adelante. La autenticidad del castillo ha quedado enmascarada, alterada y desnaturalizada. Se han inventado otro castillo de Luna, y ante casos como éste, uno se acuerda siempre de lo que decía John Ruskin a tenor de las desafortunadas restauraciones que veía en su tiempo: «Dejad que los edificios mueran lentamente». Ruskin fue partidario siempre de la conservación y de la mínima intervención en los monumentos, principios que retomaría luego Boito y Brandi en sus teorías del restauro. Heredero de una visión romántica del arte y la arquitectura, se adelanta a su época con una postura ética y de respeto al patrimonio, que hoy adquiere actualidad: «No tenemos derecho a tocar los edificios. No son nuestros. Pertenecen a quienes los construyeron y a todas las generaciones que nos han de suceder». Y decía más: «Los muertos aún tienen derecho sobre ellos».

Maestros de interpretación

Había un castillo de Luna que no verán los que nos sucedan y ahora hay otro nuevo, distinto, y seguramente muy eficaz como contenedor del legado de Bonsor: su casa-museo, que el Ayuntamiento rehabilita. Hoy se «inaugura». Dicen que el castillo ha quedado muy bien equipado y que dispondrá de un ascensor exterior panorámico de cristal semejante al que hay en el Centro de Arte Reina Sofía. Y dentro, las piezas arqueológicas, los cuadros y la biblioteca.

El monumento ha perdido su carácter propio de la arquitectura defensiva local para convertirse en una caja robusta, de apariencia novísima y bien consolidada en función de lo que atesora y de las inventivas que las revistas del género predican.

Abruma tanta literatura sobre patrimonio histórico. Nunca como hoy ha habido tal cantidad de leyes, cartas internacionales, recomendaciones, normativa diversa, decálogos, manifiestos, cursos, congresos. Todo parece más claro y sistematizado. Nada de eso necesitan nuestros políticos por su particular manera de gestionar el patrimonio y de entender sus leyes, porque todo depende de cómo se interprete la letra oficial. Y en ello son verdaderos maestros.

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