Los 'alquimistas' del Museo Arqueológico Nacional

7/8/15 .- http://www.madridiario.es/

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Los 'alquimistas' del Museo Arqueológico Nacional

Los lunes es el día en que más se trabaja en el Museo Arqueológico Nacional. La jornada en la que se produce la alquimia de la técnica, el arte y la ciencia para que las piezas 'hablen' a sus custodios, el relato histórico se escriba una y otra vez, y para que, en una suerte de lampedusiana jornada, todo se mueva para que parezca que no pasa nada, aunque todo cambie. Madridiario inicia en el MAN una serie de reportajes sobre la actividad en varios museos de la región para conocer la actividad de sus trabajadores en los días en los que cierra al público.

Al empezar la semana, en la sala egipcia del Museo Arqueológico Nacional, las momias toman aire fresco. Un aparato bombea oxígeno a las vitrinas de estos cadáveres que recircula gracias a unos ventiladores internos. Esta 'respiración', al igual que procesos de anoxia previos realizados con gases inertes, es clave para mantener las figuras en perfecto estado. Si no, la materia orgánica se degradaría sin remedio. "Utilizamos la ciencia para luchar contra los agentes que atacan las piezas del museo. Cada material requiere unas condiciones determinadas que a veces entran en conflicto con su carácter expositivo, lo que supone un equilibrio que, a veces, es difícil de mantener". La que habla es Teresa Gómez, conservadora jefe del departamento de Conservación del MAN.

Su labor se divide en dos partes: la reactiva y la preventiva. Salvo problemas extraordinarios, los lunes se realizan inventarios del estado de las piezas para conocer su estado. Se retiran las que necesitan arreglos y se colocan las recuperadas, bajo las indicaciones de los restauradores, que concretan la posición e iluminación de la figura para que su importancia en el discurso museográfico no pierda importancia.

El trabajo de restauración reactivo se centra en reparar los desperfectos que sufren la piezas por la actividad humana o los accidentes. Sobre todo, estas intervenciones se realizan sobre esculturas y objetos que están al alcance (y a la inevitable manía de tocar los objetos de museo) de los visitantes, como el sepulcro de Pozo Moro. En este sentido, los restauradores también se encargan de reparar las estaciones tiflológicas y las recreaciones didácticas de objetos arqueológicos.

No obstante, la actuación preventiva es la más habitual en su trabajo diario y, en especial, cada lunes. "Es mucho más invisible y fiable", continúa. Su equipo hace labores de seguimiento de todas las salas y todas las piezas para no tener que lamentar ni intervenir de manera radical en las colecciones. Cada agente natural se mide y controla con diversos métodos. Higrómetros, luxómetros, sensores... Hasta la vibración que provocan el tráfico, el metro y otras tantas infraestructuras subterráneas que funcionan en la zona, es controlado por ordenador e in situ para que el azar no pueda destruir una pieza de hace cientos o miles de años.

Los mayores enemigos de un museo son la humedad, la luz, la temperatura, los insectos y los hongos. Cada material reclama unos cuidados determinados. A una climatización fija y estable de unos 20 grados, se suman cuidados específicos para cada espacio. Los textiles y celulosas (vestimentas, escritos y hasta los vendajes de las momias) tienen una delicadísima naturaleza que obliga a hacer un tratamiento casi de cirujano para mantenerlos en buenas condiciones. Por ejemplo, la luz devora y desluce pigmentos y tejidos de vestimentas, escritos, pinturas, esculturas, cerámicas y hasta de los vendajes de las momias. Por eso, la iluminación natural se esquiva a base de colocar productos en salas secundarias o protegidos por estores, o se sustituye por luz artificial.

La mayor parte de los metales (en especial, la plata) pronto se corrosionan o comienzan su proceso de mineralización. Eso implica un tratamiento cíclico de objetos expuestos como joyas, útiles y, en especial, de la fabulosa colección numismática del museo. Por eso, todas las vitrinas cuentan con higrorreguladores, que en muchos casos son sacos de gel de sílice mejorada, como las bolsitas que contienen los zapatos que compramos en las tiendas. El serrín es un indicador de que los productos en madera sufren un biodeterioro, pues pueden ser víctimas de xilófagos. Controles similares experimentan productos orgánicos como los alimentos, semillas, cueros, productos químicos como el col o la cestería. El Museo Arqueológico mantiene incluso, en colaboración con el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat), un estudio pionero sobre la incidencia de agentes contaminantes de todo tipo sobre las piezas.

José Ramón Márquez es el jefe de mantenimiento del museo. "Nuestra labor diariamente es evitar cualquier molestia a los visitantes. Si el público no nota nuestra presencia, mejor", comenta. En realidad, ellos hacen una ronda diaria el museo antes de su apertura para revisar que está todo en orden, después de cotejar los informes que les dan a última hora de la noche anterior los responsables de sala mediante las requisas. Sin embargo, los lunes aprovechan para salir de su 'invisibilidad' durante toda la jornada. "Para el lunes, se planifican todas las acciones que requieren maquinaria, cierre de zonas o reparaciones a mayor escala en las zonas públicas del museo, como pintar, arreglar tarimas o bloques de luminarias.

Aixa Vidal, doctora en Historia y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, estudia cerámicas del Neolítico final. Su investigación requiere el análisis de cientos de piezas que están en los almacenes y en las colecciones permanentes del museo. Por eso, profesionales como ella aprovechan los lunes para inspeccionar piezas expuestas o solicitar su retirada de exposición para estudiarlas en profundidad.

Tras las bambalinas de la exposición, se reescribe la historia y su relato. Los departamentos de investigación se afanan a diario en aportar nuevas lecturas, mezclarlas y cribarlas para obtener nuevas perspectivas de las piezas museísticas. El MAN da este servicio a multitud de museos arqueológicos locales y provinciales que no tienen tantos recursos. Por ejemplo, Carmen Cacho, conservadora jefe del Departamento de Prehistoria, trabaja con dos auxiliares en un nuevo análisis y catalogación de piezas del período Magdaleniense, de la cueva del Castillo y la colección Siret de la Edad del Bronce; bajo la luz de nuevas herramientas como el microscopio electrónico de barrido. "Mediante el estudio continuo, construimos el discurso histórico y hacemos compatible el rigor científico con la divulgación del conocimiento. Es como trabajar con una cebolla. Los visitantes que solo quieran conocer la primera capa entenderán la historia que les transmitimos. Y aquellos que quieran llegar más lejos, encontrarán en los niveles más profundos toda la información necesaria para tener todo el conocimiento que necesitan", explica Cacho.

El trabajo de cada pieza de este rompecabezas arqueológico se coordina en un engranaje invisible que hace que todo funcione, sin que los visitantes se percaten de toda la vida que necesita un museo para ofrecerles una experiencia única.

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