Tesoros arqueológicos de Arabia Saudí

13/11/10 .- http://www.hoyesarte.com

Exposición. Barcelona. Rutas de Arabia. Tesoros arqueológicos del Reino de Arabia Saudí. CaixaForum Barcelona.

Del 13 de noviembre de 2010 al 6 de febrero de 2011.


El corazón de Arabia ha conservado su misterio hasta hace muy pocos años. Las excavaciones arqueológicas recientes han revelado insospechadas riquezas: ciudades fortificadas, templos, palacios adornados con frescos, esculturas monumentales, vajillas de plata y joyas preciosas depositadas en tumbas. La Obra Social ”la Caixa” inicia su colaboración con el Museo del Louvre con Rutas de Arabia. Tesoros arqueológicos del Reino de Arabia Saudí, una exposición organizada conjuntamente con el Reino de Arabia Saudí que abre hoy sus puertas en Barcelona.

El Príncipe de Asturias; el Príncipe Sultán bin Salman bin Abdulaziz Al-Saud, presidente de la Comisión Saudí para el Turismo y las Antigüedades del Reino de Arabia Saudí; el Príncipe Saud bin Naif bin Abdulaziz Al-Saud, embajador del Reino de Arabia Saudí en España; y Ricardo Fornesa, presidente de honor de ”la Caixa” inauguraron ayer en CaixaForum Barcelona esta exposición .

Rutas de Arabia. Tesoros arqueológicos del Reino de Arabia Saudí presenta por primera vez en España una selección de más de 300 obras, que en su mayor parte no habían salido nunca de su país de origen. El objetivo es desvelar este tesoro arqueológico poco conocido y ofrecer un panorama inédito de las distintas culturas que se sucedieron en la península Arábiga desde la Prehistoria hasta los inicios del período moderno.

Recorrido por el espacio y el tiempo

Las rutas comerciales y de peregrinación constituyen el hilo conductor de la muestra, que propone un recorrido por el espacio y por el tiempo, concebido como una sucesión de etapas en algunos de los grandes oasis de la península que albergaron a poderosos estados o se convirtieron en lugares santos del islam.

Rutas de Arabia toma como referencia las rutas comerciales de la antigüedad para señalar los puntos de contacto entre norte y sur, oriente y occidente. Durante milenios, la región ha sido tierra de paso, vía de comunicación natural entre el océano Índico y el mundo mediterráneo. Tuvo un papel privilegiado como encrucijada comercial y cultural en el corazón de los circuitos del incienso y del comercio de materias preciosas. A lo largo de esas rutas se formaron los principales centros habitados, ya fuese el simple campamento de una tribu o la capital de un estado.

El paso de las caravanas favoreció la aparición de ciudades y puso en contacto a culturas locales con nuevas ideas y costumbres procedentes de Irán, Siria y Egipto. El islam nació en Arabia en el siglo VII, y desde muy pronto las ciudades santas de Medina y La Meca atrajeron a peregrinos de todo el mundo musulmán.

De los primeros tiempos del Islam a la historia reciente

Esta riqueza del pasado antiguo, de los primeros tiempos del Islam y de la historia reciente de Arabia Saudí, aparece reflejada en esta exposición, cuyo cuadro cronológico se extiende desde finales del Paleolítico hasta el umbral de los tiempos modernos, con la conquista y fundación del reino por el monarca Abdulaziz al-Saud.

La exposición presenta más de trescientas piezas arqueológicas de entre las más valiosas de los museos saudíes, muchas de las cuales han salido por primera vez fuera de su país para su exhibición internacional, primero en el Museo del Louvre y ahora en CaixaForum Barcelona.

La exposición toma como punto de partida los materiales arqueológicos para transmitir al espectador la fascinación del antiguo Oriente: los poblamientos prehistóricos, el arte nómada, las comunidades de pescadores de la isla de Tarut, que recibieron la influencia de Mesopotamia, los oasis y las ciudades fortificadas del desierto, los reinos de Dedan y Lihyán, con sus santuarios y esculturas colosales, la antigua Hegra, donde Arabia entró en contacto con Roma, las metrópolis comerciales del corazón del subcontinente, los palacios de Medina y las estelas funerarias de La Meca.
Ámbitos de la exposición

Arabia antes de la historia. Ya en el Paleolítico inferior se instalaron en Arabia pobladores procedentes de África. Estas migraciones se realizaron por vía terrestre, aunque descubrimientos recientes indican que el Homo erectus también podía haber emigrado hacia Euroasia a través del mar Rojo. No se conoce ninguna instalación del Paleolítico superior (entre 40.000 y 12.000 años antes de nuestra era, aproximadamente). En cambio, del Holoceno, a partir del VII milenio, el número de yacimientos identificados aumenta. Pero mientras que el proceso de neolitización se pone en marcha en Oriente Próximo, en Arabia el modelo cazador-recolector perdurará durante varios milenios. Estas poblaciones no están ancladas en un modo de vida arcaico: las redes de intercambio con los países vecinos se organizan desde el año 5400 a. C., y aparece un primer pastoreo.

La provincia oriental (V milenio – principios del II milenio a. C.). Desde la más remota Antigüedad, las comunidades de pescadores instaladas en las orillas del Golfo establecieron relaciones comerciales con la baja Mesopotamia. En el III milenio a. C. estos lazos e intercambios se desarrollaron en la isla de Tarut. Se encontró una espectacular estatua orante, próxima a los modelos mesopotámicos, así como multitud de fragmentos de lujosas vasijas de piedra decorada con grabados. El conjunto de estos descubrimientos muestra que, a finales del III milenio y principios del II, la región estaba integrada en una vasta red de intercambios, que enlazaba por vía marítima, a través del Golfo, el sur de Mesopotamia, Bahréin, la costa de los Emiratos Árabes Unidos, el sudeste de Irán y el valle del Indo.

Al noroeste de Arabia: los oasis del Hiyaz. Desde comienzos del primer milenio a. C., los intercambios transarábigos se intensifican, estimulados por el comercio del incienso. Florecen reinos prósperos alrededor de los grandes oasis, etapas indispensables en el camino de las caravanas que remontan desde la península Arábiga hacia Mesopotamia, las costas levantinas o Egipto.

El oasis de Taimá acogió a poblaciones sedentarias ya en épocas muy tempranas, y desde finales del tercer milenio la ciudad estuvo rodeada por una muralla. Aprovechando su situación estratégica en el cruce de las rutas que unían el Golfo con el mar Rojo y el sur de la península con la costa mediterránea, Taimá, a principios del primer milenio a. C., se encuentra en el corazón de una activa red de intercambios y rivaliza con Dedan, situada en el oasis de Al-Ulá, más al sur. Los monumentos allí encontrados testimonian una cultura original, aunque abierta a influencias egipcias, levantinas y mesopotámicas.

En el oasis de Al-Ulá se han recopilado cerca de un millar de inscripciones. En ellas se menciona un primer reino, el de Dedan, hacia el siglo VII a. C., y más adelante, en las épocas persa y helena, desvelan el nombre de una decena de soberanos que llevan el nombre de su tribu y se denominan «rey de Lihyán». Sus estatuas, a veces de talla colosal, fueron descubiertas en el santuario de al-Juraiba, en el yacimiento arqueológico de la antigua capital del reino, Dedan. Hegra (Madáin Sáleh) se extiende sobre más de 1.500 hectáreas, en un ancho valle salpicado de macizos de arenisca tallados por la erosión. Los nabateos se instalaron allí hacia el siglo I a. C., convirtiéndolo en un importante apeadero en la ruta de las caravanas que unía el sur de Arabia con el Mediterráneo. Hegra tuvo su apogeo en el siglo I d. C., época de la que proceden las grandes tumbas, y estuvo ocupada hasta el siglo VI. Tras la anexión del reino nabateo por el emperador romano Trajano en el año 106 a. C., la ciudad se convirtió en un puesto avanzado del imperio. La exploración sistemática del yacimiento, iniciada en 2001, puso en evidencia cuatro grandes conjuntos: un sector de necrópolis compuesto de tumbas rupestres monumentales y corrientes, una zona residencial, instalaciones religiosas y las granjas y los campos cultivados del oasis.

Las caravanas del incienso. El comienzo del primer milenio a. C. está marcado por la intensificación de los intercambios a larga distancia a través de la península Arábiga. El comercio del incienso y la mirra tuvo su apogeo en esa época, favorecido por la adopción del dromedario como animal de carga. A partir de entonces, serán las caravanas compuestas de centenares de dromedarios las que marchen sobre caminos interminables, uniendo el sur de la península, zona de producción de valiosas hierbas aromáticas, con los mercados de Mesopotamia, de la costa de Levante o de Egipto, donde son cada vez más demandadas.

Los grandes oasis son etapas obligadas que jalonan el recorrido: con el paso del tiempo se convertirán en ciudades importantes, capitales de reinos prósperos y activos centros comerciales. Mercaderes y caravaneros consiguen allí agua, avituallamiento y forraje para los animales, pero también están obligados a pagar importantes tasas para obtener el derecho de paso y protección.

El control sobre la organización de este tráfico comercial, uno de los más lucrativos del mundo próximo-oriental preislámico, fue un reto político capital. Al principio, la hegemonía fue de los sabeos, pero, en el curso del siglo VI a. C., los habitantes de Ma'in tomaron el relevo y se establecieron a lo largo de toda la ruta del incienso. A partir del siglo I a. C. los nabateos instalados en Hegra (Madáin Sáleh) se convirtieron en los amos de este comercio. Alrededor del siglo I de la era cristiana, el volumen de intercambios empezó a declinar, pues la vía marítima, por el mar Rojo, sustituyó progresivamente las rutas terrestres a través de la península.

Las metrópolis comerciales del corazón de Arabia. La ciudad de Qariat al-Fáu, situada en el borde noroeste del desierto de al-Rubuu al-Jali, tenía el control sobre la ruta que conducía desde el sur de Arabia hacia el Golfo. Escaparate comercial del reino de los mercaderes mineos en los siglos III y II a. C., se convirtió, a principios del siglo III, en la capital del poderoso reino de Kinda.

Las excavaciones llevadas a cabo en los años sesenta han sacado a la luz vestigios de una ciudad de grandes dimensiones, una necrópolis y un barrio de negocios con su caravasar y sus santuarios. La calidad de la arquitectura y del material recuperados dan fe de la prosperidad de una urbe que pertenecía a la esfera cultural sudarábiga, pero cuya elite de habitantes adoptó, a partir del comienzo de nuestra era, una cultura ampliamente influida por los modelos helenísticos. La ciudad fue abandonada antes del fin de la Antigüedad, probablemente debido al agotamiento de los pozos.

La riqueza agrícola del oasis y su situación en el cruce de las rutas de caravanas hicieron de Nayrán un centro político y comercial importante. Desde el año 700 a. C. estuvo involucrada en las luchas que agitaron el sur de la península (el actual Yemen). El cristianismo se implantó en el oasis hacia el siglo V, pero alrededor del año 523, el rey yemení Yusuf, que se convirtió al judaísmo, masacró a la comunidad cristiana. Estos acontecimientos provocaron la intervención del soberano etíope, que llegó a apoderarse del Yemen.

El renacimiento de la provincia oriental. Alrededor del siglo IV a. C. Arabia oriental recibió una afluencia de población claramente originaria de Bahréin. La región conoció entonces un nuevo período de prosperidad gracias al comercio caravanero y a la intensificación de los intercambios marítimos en el Golfo. Los autores clásicos se hacen eco de la opulencia de la antigua ciudad comercial de Gerrah, cuya ubicación precisa se ignora actualmente, pero que podríamos identificar con Zall, el mayor yacimiento arqueológico de toda la región. El suntuoso mobiliario funerario de estilo helenístico descubierto en algunas tumbas de las necrópolis de Zall o de Ayn Yawan demuestra que su reputación de fabulosa riqueza estaba en parte fundada.

La aparición del islam. El islam nace en el corazón del Hiyaz, en la ciudad caravanera de La Meca, a principios del siglo VII. El profeta Mahoma abandona la ciudad para instalarse en Medina (Yathrib), en el año 622, fecha que marca el comienzo de la era musulmana. A partir de esta primera comunidad de Medina, Mahoma va sumando progresivamente a su grupo todo el conjunto de la península. Tras su muerte en 632, sus sucesores, los califas, llevarán más lejos sus expediciones y lograrán conquistar, en pocos años, los territorios de los imperios Bizantino y Sasánida. En 661, se instala una primera dinastía –los omeyas– que desplaza el centro del imperio hacia Siria. A partir de entonces, la península arábiga quedará alejada del poder.

Las rutas de peregrinación. La peregrinación anual al santuario de La Meca, que acoge el templo de la Kaaba, de origen preislámico, se encuentra entre los ritos obligatorios del islam. Las rutas comerciales, adoptadas como itinerarios por las caravanas de peregrinos, son desarrolladas, mantenidas y dotadas de apeaderos y puntos de agua por los soberanos y altos dignatarios; especialmente por los califas abasíes, que suceden a los omeyas a partir del año 750 y desplazan su capital a Irak. Ellos arreglan la ruta que une esa región con La Meca. Existen además rutas terrestres sirias, egipcias y yemeníes, junto con las vías marítimas, que llevaron la prosperidad a los puertos del mar Rojo.

La afluencia de caravanas en esta red conlleva un desarrollo urbanístico y demográfico de los territorios atravesados y favorece enormemente los intercambios entre la península y las diversas provincias del mundo islámico a lo largo de todo el periodo medieval. Estas rutas son utilizadas hasta el siglo XX, con la llegada de los medios de transporte modernos.

Al-Rabda era una de las principales etapas en la ruta iraquí que conducía a La Meca. Mencionada por numerosos historiadores y geógrafos, comienza a destacar a mediados del siglo VII y llega a su apogeo en el IX, siendo abandonada durante el siglo siguiente. Las excavaciones arqueológicas han permitido sacar varias zonas a la luz. Las estructuras, con aspecto de fortificación, tienen gruesos muros construidos en ladrillo crudo sobre cimientos de piedra, y su interior suele estar recubierto por enlucidos de pasta pintada. El material extraído permite verificar la importación a la península de ciertos tipos de cerámica iraquí, como la fayenza decorada con cobalto o con reflejos metálicos, llevados hasta allí por mercaderes y peregrinos.

Al-Mabiyat, situada en la ruta siria, no lejos del antiguo yacimiento de Al-Ulá, ha sido igualmente objeto de excavaciones recientes. Hoy en día se identifica con la ciudad de Qurh, mencionada por las fuentes árabes antiguas como una de las principales ciudades de la península. Su fase de prosperidad, confirmada por las excavaciones, se sitúa alrededor de los siglos IX-X y XII, pero la ciudad fue abandonada a continuación. El yacimiento principal está rodeado por una muralla de ladrillo crudo y dominado por una ciudadela. La ciudad poseía además una mezquita y una gran alberca construida fuera del recinto. De allí se han extraído elementos de decoración arquitectónica, así como objetos metálicos, de vidrio, de piedra blanda y de cerámica.

Las estelas funerarias de La Meca. Entre los numerosos documentos epigráficos, sobre todo funerarios, preservados en el Reino de Arabia Saudí, destaca el vasto conjunto de estelas provenientes del cementerio de Al-Maala, situado en otros tiempos al norte de La Meca. Este cementerio, que custodiaba tumbas de personajes ilustres, se convirtió en un lugar de visita asociado a la peregrinación.

Datables entre los siglos IX y XVI, las estelas funerarias de Al-Maala ofrecen un panorama de la evolución y la diversidad de estilos de la escritura árabe, desde las llamadas angulares o cúficas de los primeros siglos hasta el desarrollo de escrituras de trazo más flexible, llamadas cursivas (o minúsculas), a partir del siglo XII. La escritura árabe fue muy pronto objeto de búsquedas estéticas y normativas, y se ha convertido en un elemento predominante del vocabulario decorativo de las tierras del islam.

El contenido de las estelas constituye en sí mismo un testimonio precioso sobre la sociedad de La Meca y la mezcolanza de poblaciones y culturas existente alrededor del primer santuario del islam. Sus epitafios nos descubren la identidad de los difuntos –su nombre, su pertenencia a una religión o tribu, su linaje y, a veces, su oficio– y a menudo reseñan también la fecha de su muerte. Contienen además fórmulas piadosas y citas del Corán, así como, más raramente, una invitación al pasante o un pasaje poético. Algunos artesanos lapidarios dejaron firmadas sus obras, en especial los miembros de un linaje activo alrededor del año 1200, los Abú Harami al-Makki (el de La Meca), que trabajaron para las elites locales.

Desde los inicios del islam, la península entera dirigió su mirada hacia los lugares santos de La Meca y Medina, que en poco tiempo se habían convertido en un reto de poder, y donde se mezclaban la sociedad local, la autoridad lejana de los soberanos y, a través de los peregrinos, el conjunto del mundo islámico. Varias dinastías intentaron asentar sus derechos sobre los lugares santos o, al menos, dejar una impronta que aumentase su prestigio o reforzase su legitimidad. Egipto jugó un papel especial, al menos desde el siglo X, y también los sultanes mamelucos, señores de Egipto y Siria.

El crepúsculo otomano: el ferrocarril del Hiyaz. A finales del siglo XIX, los otomanos se debilitaron frente al crecimiento del poder europeo. El sultán Abdulhamid II (1876-1909) intentó restablecer la situación mediante una política de modernización del ejército y de panislamismo. La construcción de una línea ferroviaria, que uniese Damasco y La Meca siguiendo la ruta tradicional siria, pretendía ser un símbolo de su política y buscaba federar las provincias árabes alrededor del imperio.

Los trabajos comienzan en 1900, y la estación de Medina fue inaugurada el 1 de septiembre de 1908. La última etapa, La Meca, no llegó a conectarse nunca. El ferrocarril funcionó durante algunos años, facilitando el viaje de numerosos peregrinos, antes de convertirse, durante la Primera Guerra Mundial, en el teatro de las luchas que enfrentaban a los movimientos independentistas árabes con los otomanos. Las estaciones-etapas forman todavía parte del paisaje del norte de la península y algunas –entre ellas la de Medina– han sido restauradas por las autoridades saudíes.

El nacimiento del reino. En el centro-norte de la península, en la región de Najd, nace en el siglo XVIII un movimiento alrededor de una personalidad religiosa, el jeque Muhammad ibn Abd al-Wahhab, y de Muhammad ibn Saud, de la tribu de los Banu Hanifa, emir de al- Diriyya. Su alianza en 1774 señala el comienzo del primer reino saudí, que tiene su fin en 1818.

Un segundo Estado saudí consiguió renacer a partir de 1828, con Riad como capital. Las disensiones familiares y las presiones otomanas le pusieron término en 1891. La familia al-Saud se exilia a Kuwait, donde el joven príncipe Abdulaziz ibn Abdulrahman ibn Faisal al-Saud comienza a proyectar la reconquista de los territorios de su clan.

El 15 de enero de 1902, Abdulaziz consigue, con algunos partidarios, reconquistar Riad, abriendo así una nueva página en la historia del Estado saudí. Progresivamente logra unificar la mayor parte de los territorios de la península y, en 1932, se funda oficialmente el Reino de Arabia Saudí.

Cuarenta años de excavaciones

Desde el siglo XIX, las culturas de Egipto, Mesopotamia y el Mediterráneo oriental son bien conocidas gracias a las excavaciones, las exposiciones y los museos. Arabia Saudí quedó en cierta medida al margen de estos hallazgos. El Reino creó en 1963 una administración para asuntos arqueológicos y de conservación. En 1976, la administración inició un plan a largo plazo destinado a realizar una prospección arqueológica completa del territorio y a la creación del Museo Nacional en Riad.

Durante más de 40 años, se han llegado a registrar más de 10.000 yacimientos en diferentes regiones y provincias. El Departamento de Antigüedades y Museos también se ha encargado de la rehabilitación de edificios históricos, tanto preventiva como completa, la fundación de museos locales y regionales y la transformación de algunos de estos edificios restaurados en museos históricos.

Grandes culturas del pasado

Las exposiciones que la Obra Social ”la Caixa” dedica desde hace años a las grandes culturas del pasado tienen como misión mostrar al público las distintas formas en que hombres y mujeres de diversos lugares y épocas se han enfrentado a las grandes cuestiones universales, así como ampliar nuestras perspectivas sobre el mundo a partir de las más recientes investigaciones históricas y arqueológicas.

Las muestras dedicadas a la ruta de las estepas, Afganistán, Nubia, el Imperio Persa, la escultura figurativa india o la colección de arte islámico de la Fundación Aga Khan subrayan los vínculos entre el mundo antiguo y el mundo actual y presentan la cultura como un medio de entendimiento y de comunicación entre los pueblos.

Precisamente una de estas exposiciones realizadas, Príncipes etruscos. Entre Oriente y Occidente, contaba con numerosas piezas cedidas por el Louvre y anticipaba el convenio de colaboración firmado en 2009 entre la Obra Social ”la Caixa” y el Museo del Louvre para trabajar conjuntamente en proyectos de ámbito internacional en el campo del arte y la cultura.

Rutas de Arabia. Tesoros arqueológicos del Reino de Arabia Saudí es el primer fruto de ese acuerdo, que continuará en los próximos años con nuevas muestras organizadas conjuntamente, con obras procedentes del Louvre y de otros prestadores, en los centros CaixaForum de Barcelona, Madrid, Palma, Gerona y Lérida. Entre las exposiciones previstas, también hay otras de carácter arqueológico sobre las civilizaciones sumeria y copta.

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