El Castell Vell, la cuna de Castelló

15/9/10 .- http://www.levante-emv.com

Excavaciones y restauración. El Castell Vell recupera poco a poco su histórica efigie, al tiempo que revela sus más íntimos secretos, en una serie de acciones reconstructoras y de excavaciones que lo testimonian como uno de los referentes más característicos de la arquitectura militar islámica, por el sistema de tapial calicostrado empleado para erigir sus murallas.

La ocupación del montículo del Castell Vell es ancestral y se pierde en la noche de los tiempos. De hecho, el eminente y erudito arqueólogo Francesc Esteve (de recordada memoria, por su enciclopédico saber y su literaria personalidad) halló piezas talladas del periodo calcolítico, fechables hace seis mil años, en las cercanías del cerro de la Magdalena, al que, con plena justicia, podemos designar como cuna de la existencia castellonense.
Las excavaciones del viejo castro han ofrecido restos pre ibéricos, posiblemente fenicios, objeto de una comercialización activa en el periodo colonial, que podrían fecharse en torno al siglo VII antes de Cristo. Es evidente que el montículo ya estaba poblado en ese momento por un hábitat autóctono y que esta ocupación se va a mantener, desde el periodo ibérico, hasta el final del siglo XIII tras la reconquista de las tierras castellonenses por Jaume I. Son abundantes los fragmentos cerámicos de la civilización ibérica, teniendo en cuenta además que estos ancestros de los castellonenses gustaban de ubicar sus poblados en lugares altos de fácil defensa.
A lo largo de la larga cronología de la romanización, del siglo III a. C. al V d. C, el área de Castelló nunca constituyó un núcleo urbano de poblamiento, como pudieron serlo Sagunto o Tarragona. Balbás en su "Libro de la Provincia de Castellón" de 1892, habla de que en los estratos inferiores del Castell Vell, se hallaron basamentos de columnas, monedas y sepulcros romanos, posiblemente haciendo referencia a los informes de una excavación propiciada por la Comisión Provincial de Monumentos dos años antes de la edición del libro el insigne cronista. Excavaciones posteriores confirmaron que el cerro de La Magdalena vio cambiar la cultura ibérica por la romana, pero no permiten documentar esas construcciones suntuosas como las que parecen deducirse de los precitados basamentos columnarios. Sin embargo, sí han ofrecido restos que definen una sociedad con claras diferencias de nivel entre sus habitantes cuyo estatuto jurídico y nivel de derecho desconocemos. Entre estos restos destacan tegulas, de las usadas en enterramientos, fragmentos de cerámica sigilata fechable en torno a los siglos II y III de nuestra era. En la fortificación debió residir un pequeño núcleo de habitantes cuya misión era la de ser lugar de vigía y protección armada a las villas del llano. De hecho hay testimonios arqueológicos de dos ocupaciones, datándose la segunda en torno al periodo de la crisis del siglo III.
Respecto de la ocupación del paraje castellonense por los musulmanes, reseña el documentado arqueólogo Sergi Selma, siguiendo a los arabistas Torró y Barceló, que los comentarios sobre el territorio valenciano, de los geógrafos Al Razí y Al Udhri en los siglos X y XI, dejan entrever una organización fuertemente influenciada por los castillos fortificados (husun) y un escaso desarrollo de las ciudades (medinas).
Según este criterio, se supone que en Castelló, el viejo recinto romano del Castell Vell, acogió un grupo militar islámico, que debió tener una cierta autoridad administrativa sobre la zona además de su misión defensiva y de salvaguarda de las gentes del llano. Esta fortificación estaba integrada en la línea de defensa costera de la que también era componente el más reconocido castillo de Montornés.
Es el momento en que el Castell Vell desarrolla todo el proceso arquitectónico que nos es más familiar. La distribución presenta una estructura adaptada a las irregularidades de la montaña y ofrece tres áreas antiguas de fortificación, siendo la primera datable en el siglo X, la segunda, más amplia del siglo XI y la tercera de los siglos XII y XIII. La islamización del lugar acabó con la construcción romana de la que, para la posterioridad, sólo quedaron restos de ajuar doméstico. Del mismo tipo fueron los hallados a lo largo de las diversas excavaciones realizadas en el lugar desde 1885, lo que constata un hábitat continuado de todo el periodo musulmán hasta la Reconquista.
En el primer recinto o alcazaba ("sobirà") de forma poligonal, quedan pequeños restos de varias torres, la que podría considerase del Homenaje, la poliédrico-cúbica de Tramontana, adosada a la muralla, la del NE que conserva parte de sus muros con saeteras, las bases de las del SE y SO así como la impugnable barbacana que aseguraba la entrada al recinto del NO. Las excavaciones no han permitido verificar las almenas o matacanes que la épica fantasía de algunos historiadores han querido entrever evaluando las particularidades de las ruinas en las que tan solo se evidencia el tapial.
En el segundo recinto ("jussa") de dimensiones mayores estaba el albacar o amplio patio de armas, donde también se ubicaban las caballerizas y que llegó a ser ocupado como zona de hábitat a principios del siglo XIII, como documentan las exploraciones. Su torre es el actual campanario de la ermita de la Magdalena que, originariamente, era el gran aljibe de la fortaleza. No era el único depósito de agua, existían otros siete, que han podido datarse con anterioridad al siglo XII. La muralla mejor conservada del conjunto, cerraba la zona por el Oeste. En el tercer recinto, que bordea ampliamente el segundo por los sectores Oeste y Sur, aparece una torre cuadrangular en la zona NO. La construcción es de tapial con piedra para la cimentación y mampostería para las paredes, en una referencia de las genuinas construcciones arábigas. El tapial con tierra arena piedras y cal para calicostrar, se construía por el sistema de encofrado, como hoy se están reconstruyendo los muros del tercer recinto y la torre del NO.
Un camino de ronda, hoy exhumado y reconstruido en gran parte permitía recorrer la longitud de la muralla, vinculando las torres.
Las excavaciones han ofrecido interesantes restos cerámicos de clara ascendencia musulmana, algunos de fabricación genuinamente local, ajuar doméstico con agujas, flautas y hasta un molde de piedra para fabricar una elegante pulsera de orfebrería. Ello indicaba que la sociedad que habitaba la la fortaleza, que era la misma que la de la Plana, tenía un digno nivel de vida y contaba con una diversificación manufacturera muy significativa.
Poca resistencia hizo la morisma del Castell Vell a la reconquista de Jaume I, a diferencia de lo que sucedió con Burriana y Almassora que se opusieron con ahínco al dominio de las fuerzas cristiana, el resto de las localidades se rindieron sin lucha. Así por tanto queda sin fundamento la entrañable leyenda de "La sang dels moros", que cobra especial significado en la romería al cerro de la Magdalena, cuando Castelló peregrina, en el día de su fiesta grande, al lar de sus orígenes. Es tradicional mostrar, sobre todo a los niños, unas rocas en la falda del Castell Vell que presentan una fuerte tonalidad rojiza y que la fábula quiere significar como la sangre islámica vertida cuando la conquista de la fortaleza. Si originariamente la leyenda toma cuerpo por la tonalidad de las piedras del rodeno, hoy para seguir alimentando la tradición, son las brigadas del ayuntamiento las que se encargan de mantener su color, por el prosaico procedimiento de pintarlasÉ (¡Psssst!É este secreto a voces no es conveniente divulgarlo porque, como los trucos de magia, hace perder el encanto a la epopeya.)
Un siglo más tarde de la fundación de Castellón, sus habitantes tenían como lugar venerable, el cerro en el que empezaban a desmoronarse los ya históricos restos del Castell Vell.

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