La costa de los tesoros bajo el mar

11/6/08 .- La voz de Galicia

La ría de Corcubión y la costa de Fisterra atesoran un patrimonio arqueológico submarino con siglos de antigüedad que ahora la Xunta está inventariando

La ría de Corcubión y su entorno son un tesoro. No un tesoro económico, sino arqueológico. Aviso a navegantes: no hay cofres con monedas de oro. «Y que nadie espere encontrarse con un capitán en el timón o jugando a las cartas», dice San Claudio.

El tesoro es la historia que, al menos desde 1596, se guarda en el fondo, enterrada en la arena, como un arcón donde ha permanecido intacta. Allí hay cañones de las flotas guerreras de Martín Padilla, y restos de las decenas de barcos que desde entonces han naufragado en la Costa da Morte, contribuyendo a darle nombre a la comarca.

San Claudio no es capaz de asegurar si la ría en la que ahora trabaja -junto a otro arqueólogo, Raúl González Gallero- tiene un patrimonio mayor que el de otras zonas de Galicia. Para poder aseverarlo habría que acabar el inventario, pero sí pone un ejemplo: solo la flota de Padilla era similar a la que se fue a pique en Rande.

Pero es que aún no se sabe ni lo que hay abajo. «Se están produciendo localizaciones continuamente por parte de pescadores y buceadores», dice San Claudio. Las redes de un pesquero que se enganchan o que arrastran algo a la superficie o un paseo entre centollos sirven para localizar un pecio. San Claudio agradece los datos aportados por pescadores y submarinistas y el trabajo de la empresa Buceo Finisterre, cuyo responsable, Fernando Carrillo, trabaja también con ellos en las labores de inventario.

Abundan los pecios, pero no es fácil encontrarlos. Muchas veces están demasiado deteriorados. Los cañones, cubiertos de algas y líquenes, se mimetizan con las rocas. Hay que conocerlos bien, muchas veces, para poder encontrarlos.

Pero los restos históricos no son solo del siglo XVI. Hay otros que tal vez tengan un menor valor para el estudio del pasado, pero que lo tienen, indudable, por su vinculación con hechos no muy lejanos. Así, en Fisterra, está el Cason , cuyos restos permanecen abiertos a los visitantes submarinos, ahora sí, sin explosiones ni control del Ejército. Y con el Cason , no muy lejos, descansan los restos de decenas de pesqueros, mercantes y buques militares que en la Costa da Morte acabaron sus días, como el Captain o el Blas de Lezo , célebres por su envergadura y por la magnitud del desastre.

Pero faltan muchos barcos por localizar y no se sabe qué tesoros arqueológicos pueden aparecer. San Claudio recuerda que en Galicia hay navegación documentada desde época romana. No es descartable que existan restos -si han aguantado- de entonces.

Pero lo que hay es suficiente: «La ría de Corcubión daría para jubilarse a varias generaciones de arqueólogos», dice San Claudio.

El encargo de la Xunta no da tanto margen y dentro de unos meses deberá estar listo el catálogo. Entonces se sabrá con mayor precisión cuáles son los tesoros ocultos de la zona y donde están ubicados.

El tesoro es la historia que, al menos desde 1596, se guarda en el fondo, enterrada en la arena, como un arcón donde ha permanecido intacta. Allí hay cañones de las flotas guerreras de Martín Padilla, y restos de las decenas de barcos que desde entonces han naufragado en la Costa da Morte, contribuyendo a darle nombre a la comarca.

San Claudio no es capaz de asegurar si la ría en la que ahora trabaja -junto a otro arqueólogo, Raúl González Gallero- tiene un patrimonio mayor que el de otras zonas de Galicia. Para poder aseverarlo habría que acabar el inventario, pero sí pone un ejemplo: solo la flota de Padilla era similar a la que se fue a pique en Rande.

Pero es que aún no se sabe ni lo que hay abajo. «Se están produciendo localizaciones continuamente por parte de pescadores y buceadores», dice San Claudio. Las redes de un pesquero que se enganchan o que arrastran algo a la superficie o un paseo entre centollos sirven para localizar un pecio. San Claudio agradece los datos aportados por pescadores y submarinistas y el trabajo de la empresa Buceo Finisterre, cuyo responsable, Fernando Carrillo, trabaja también con ellos en las labores de inventario.

Abundan los pecios, pero no es fácil encontrarlos. Muchas veces están demasiado deteriorados. Los cañones, cubiertos de algas y líquenes, se mimetizan con las rocas. Hay que conocerlos bien, muchas veces, para poder encontrarlos.

Pero los restos históricos no son solo del siglo XVI. Hay otros que tal vez tengan un menor valor para el estudio del pasado, pero que lo tienen, indudable, por su vinculación con hechos no muy lejanos. Así, en Fisterra, está el Cason , cuyos restos permanecen abiertos a los visitantes submarinos, ahora sí, sin explosiones ni control del Ejército. Y con el Cason , no muy lejos, descansan los restos de decenas de pesqueros, mercantes y buques militares que en la Costa da Morte acabaron sus días, como el Captain o el Blas de Lezo , célebres por su envergadura y por la magnitud del desastre.

Pero faltan muchos barcos por localizar y no se sabe qué tesoros arqueológicos pueden aparecer. San Claudio recuerda que en Galicia hay navegación documentada desde época romana. No es descartable que existan restos -si han aguantado- de entonces.

Pero lo que hay es suficiente: «La ría de Corcubión daría para jubilarse a varias generaciones de arqueólogos», dice San Claudio.

El encargo de la Xunta no da tanto margen y dentro de unos meses deberá estar listo el catálogo. Entonces se sabrá con mayor precisión cuáles son los tesoros ocultos de la zona y donde están ubicados.


Un complejo sistema de búsqueda y turnos de tres o cuatro horas cada día

Para encontrar un pecio, dice Miguel San Claudio, el trabajo empieza con la documentación. Si hay archivos, mejor. Si no, las historias de marineros y pescadores ayudan.
Pero, buscar bajo el mar es diferente de hacerlo sobre la tierra.

Los equipos trabajan, cuando el tiempo lo permite, en turnos de entre una hora y media y dos, realizando generalmente dos turnos cada día.

Cuenta Fernando Carrillo que para rastrear amplias zonas bajo el agua se emplean una especie de alas que el submarinista se adosa a al espalda. Con ese artilugio, y enganchado la lancha en superficie, planea por el fondo marino sin el esfuerzo que supondría bucear sin ayuda y pudiendo así cubrir amplias zonas.

En el mar hay también una dificultad añadida, la profundidad. Así, cerca de los bajos de Meixidos, frente a la costa de Carnota, se encuentran los restos de un naufragio histórico, el del Blas de Lezo , un buque de la armada española que se fue a pique en 1932. Descansa a 81 metros de profundidad, una distancia que no se puede cubrir con equipos normales de buceo. Se necesita un entrenamiento adecuado y mezclas especiales de gases, así como tiempos prolongados de descompresión. Muy pocos poseen la titulación adecuada.

En esas condiciones, la búsqueda de restos arqueológicos debe hacerse a menores profundidades, dentro del radio de acción de las bombonas convencionales, no mucho más allá de los 20 metros.

Hay muchos restos de buques al alcance de los buceadores. De ellos puede salir material para un futuro museo del mar en la comarca. «No nos vamos a hacer ricos con lo que encontremos», dice San Claudio. En lo económico. Pero los tesoros de la zona pueden ayudar a hacerla más atractiva.

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