Por la huella medieval de Orozko (Vizcaya)

3/8/07 .- http://www.diariovasco.com

Este valle vizcaíno constituyó un núcleo poderoso con sus torres y fortalezas, con su industria de ferrerías y molinos, con la explotación de bosques y cultivos. Hoy mantiene una vida tranquila en las aldeas desperdigadas a la sombra del macizo de Itxina

Orozko siempre ha ido un poco a su aire. Durante nada menos que seis siglos ni siquiera estuvo plenamente integrado en Vizcaya: entre 1180 y 1785 perteneció a los poderosos Señores de Ayala -con algunas intermitencias por culebrones dinásticos- y éstos conservaron sus derechos especiales sobre el territorio y sus habitantes. Ejercían el poder judicial (eso sí: debía regirse por el Fuero de Vizcaya), cobraban toda clase de impuestos, tributos y diezmos y contaban con una lista interminable de posesiones: la casa torre de Orozko y otros cuantos edificios, robledales y manzanales, montes y seles, ferrerías y molinos

El acceso al territorio estaba controlado por torres, puentes de peaje y hasta cadenas (ironías de la historia: se encontraban en el mismo punto que el actual peaje de la autopista AP-68). El dominio de los caminos, además de un asunto estratégico, era un negocio tan lucrativo como para encender trifulcas y asesinatos. Entre los siglos XIII y XV, dentro de las guerras de banderizos que desangraron el País Vasco, las familias nobles de Ribas (oñacinos) y Anuntzibai (gamboínos) se mataron con entusiasmo, entre otras cosas por el control del paso. En la muga entre Llodio (Álava) y Orozko (Vizcaya) existe un lugar conocido como La Cadena o Katea, que hace referencia a la cadena que el linaje de Rivas tendió en este punto para cobrar tasas al transporte de mercancías. Muy cerca de allí, en la orilla del río Altube, poco antes de que confluya con el Nervión, se levantaba la torre de los Anuntzibai, un híbrido entre fortaleza y palacio del que no quedan restos. Sí podemos ver el puente de Anuntzibai: tanto éste, del siglo XVIII, como el anterior puente medieval, cobraban tasas.

Anuntzibai, por tanto, es la puerta para empezar una ruta por Orozko. El puente actual lo construyó Martín de Larrea en 1741, por orden del marqués de Falces, y según la tradición recogida por Pedro Mari Ojanguren la obra se cayó dos veces; a la tercera, el constructor se colocó con su caballo debajo del puente justo antes de que quitaran las cimbras, para demostrar su confianza. No consta la muerte de ningún jinete por aplastamiento, así que el intento debió de ser exitoso. Desde entonces, este puente de 28 metros de longitud, construido con sillares calizos, de estilo entre barroco y clasicista, une la orilla vizcaína con la alavesa. Su elemento más notable es el arco de la margen de Orozko, decorado con dos leones, escudos de armas y un calvario, y que se levanta como una elegante puerta de entrada al complejo de Anuntzibai, en la orilla de Llodio. Allí encontraremos un palacio (de construcción moderna y sede de un restaurante), la ermita de San Miguel y las ruinas del molino y la ferrería.

Esto demuestra que estamos ante un cogollo solariego: las grandes familias medievales construían complejos que incluían la casa torre (hacía tanto de mansión noble como de fortaleza), la ferrería y el molino (con sus presas y puentes) y un pequeño templo. Así se reunían los elementos clave: el hogar, el poderío militar, la economía y la religión. Como destaca el mencionado Ojanguren, experto en la historia del valle, ese conjunto de torre-ferrería-presa-puente-ermita se repite en los lugares más selectos de todo Orozko (en los núcleos de Torrezar, Torrelanda, Aranguren, Jauregia, Ibarra, Ugalde ).

¿Dónde está Orozko?

Hoy en día también parece que Orozko vive un poco aparte. Hace siglos que se apagaron las guerras entre bandos y que se silenció el martilleo de las ferrerías; ahora Orozko está a dos pasos de las autopistas y las ciudades pero mantiene gran parte de su territorio como una comarca rural de belleza tan radiante como sosegada. Se trata del segundo municipio más extenso de Bizkaia pero en sus 103 kilómetros cuadrados apenas reúne dos millares de habitantes, desperdigados en tres docenas de barrios y aldeas minúsculas: un respiro en la demografía apretada de Euskadi.

En realidad es un valle bífido, formado por dos ejes principales -el río Altube y el río Arnauri- que ciñen el flanco noroeste del Gorbea y confluyen en el pueblo de Zubiaur, capital y bisagra de Orozko. La cuenca de Altube, ahogada por la autopista AP-68, ofrece al visitante algunos caseríos notables en barrios como Ziorraga o Baranbio, incluso un hayedo magnífico de 2.000 hectáreas en su parte alta. Pero el itinerario más atractivo, sin duda, es el que remonta la vega del Arnauri. Desde su confluencia con el Altube, recorreremos las amplias llanuras y laderas del valle, sembradas con joyas de la arquitectura rural y con el impresionante telón de fondo de la muralla caliza de Itxina.

En Zubiaur se abre el principal espacio civil, la pequeña ágora orozkoarra: la Plaza Mayor, flanqueada por el ayuntamiento barroco y el palacio Legorburu o casa Careaga (siglo XVIII), que hoy en día alberga el Museo de Orozko. Sus tres plantas ofrecen información sobre el patrimonio histórico del valle, la vida tradicional y los pobladores de las tierras altas del Gorbeia: una visita interesante para comprender mejor el territorio que vamos a recorrer. En esta misma plaza los sábados se celebra una feria de productos locales, entre los que destaca el famoso pan de Orozko. Tomando como punto de partida la iglesia de San Juan Bautista, podemos subir hasta la ermita de Santa Marina de Arrola para contemplar una hermosa panorámica del pueblo o emprender paseos por los alrededores del casco para conocer los palacios, los caseríos y el conjunto de Torrelanda (otra casa torre situada junto a una ferrería y un molino). En el cercano barrio de Mugarraga se levanta la ermita de San Miguel, documentada desde el siglo XIV y por tanto el edificio más antiguo de todo el valle.

Salimos de Zubiaur remontando el río Arnauri y muy pronto nos encontramos con el pequeño misterio de esta tierra: el origen de su nombre. Está claro, porque así lo atestiguan los documentos, que hace casi un milenio Orozko era la familia principal del valle, que por extensión Orozko se llamaba a su palacio y que Orozko pasó a denominarse todo este territorio. Sin embargo, hoy en día no queda ni rastro de aquella casa solariega ni de ningún paraje concreto que se llame así. El linaje fundador se ha desvanecido sin dejar ni rastro. Pero sí quedan indicios: guiados de nuevo por el autor Ojanguren, los hallaremos en el pequeño barrio de Jauregi o Jauregia.

Ojo al nombre: Jauregia («el palacio»). Así, sin especificar más detalles: el palacio por antonomasia. Hoy en día existe allí uno del siglo XIX, que se construyó sin ninguna duda sobre otro anterior, porque el topónimo es mucho más antiguo. También se le conoce como «dorrea», en probable referencia a la que sería la vieja torre de los Orozko. Otra pista sería la proximidad del paraje de Larrazabal, «prado amplio», que se podría relacionar con la campa en la que se reunía la Junta General del valle (y que estaba cerca de la casa matriz). Todo parece indicar, por tanto, que en Jauregi nos encontramos ante la raíz de la historia milenaria de Orozko.

Los caseríos altos

Aunque no podamos contemplar el palacio de los Orozko, enseguida se nos aparecerá al borde de la carretera una de las torres más hermosas de toda Bizkaia: la de Aranguren, construida hacia el año 1500. Aunque presenta algunos elementos de defensa militar, como las troneras, no parece tanto una fortaleza como un palacio rural de aire renacentista. Se aprecia en la importancia estética de la fachada: un arco apuntado en el piso bajo, con escudo de armas en la clave; otro arco apuntado en el primer piso, al que se accede por escalera de piedra y que está custodiado por ventanas conopiales, y en la tercera altura un granero con un voladizo sobresaliente, cerrado con un entramado de madera y ladrillo. En este entorno de Aranguren, cómo no, se repite el esquema: además de la torre, encontramos el molino de Errotazar, un puente y la antigua ferrería.

Seguimos el itinerario río arriba hasta el barrio de Ibarra, segundo núcleo más poblado del valle, otro conjunto de caseríos neoclásicos, molino y puente, al que esta vez se le añade el convento renacentista de las Mercedarias. La toponimia vuelve a darnos pistas sobre la historia y el carácter de la comarca: el nombre del barrio destaca su situación (Ibarra: valle), algo que merecía la pena remarcar porque tradicionalmente los pobladores se instalaron siempre a media altura, en las laderas. Muchos de los barrios y los caseríos más antiguos de Orozko se sitúan en partes altas. Antes de que llegaran el maíz o la patata, a aquellas economías familiares de la Edad Media les bastaba con unos terrenitos para cultivar la huerta (no necesitaban roturar el fondo del valle) y preferían tener cerca los pastos de montaña para el ganado. Al margen de los cambios en la agricultura, otro fenómeno que hizo bajar a los primitivos habitantes del monte al valle fue la revolución industrial del hierro: en los siglos XIV y XV se abandonaron las haizeolas (hornos para tratar el mineral, con fuego alimentado manualmente por fuelles) y se dio el paso a los sistemas hidráulicos (ferrerías con maquinaria impulsada por agua, mucho más eficaces). Así se desarrolló toda una ingeniería que debía instalarse junto a los ríos: molinos, presas, canales, puentes. Para controlar y defender estas industrias, las familias poderosas construyeron cerca sus torres, y alrededor de ellas crecieron algunos barrios como el de Ibarra: en el fondo del valle.

Merece la pena subir a los barrios altos para rematar el itinerario. En la cercana aldea de Zaloa tenemos una vetusta ermita románica-gótica, la de Santa María, de la que se conocen noticias ya en el año 1385. Y en Urigoiti («el pueblo de arriba») encontraremos la postal más bella de la comarca: un racimo de viejos caseríos en torno a la iglesia neoclásica de San Lorenzo, con la gran muralla caliza de Itxina al fondo. Entre los caseríos de Urigoiti no conviene perderse el de Muneko Goikoa, del siglo XVI, cerrado en su piso superior por una tablazón de castaño y roble. Y en la parte alta de la aldea, junto a unas mesas y una fuente, arranca el camino hacia la montaña. Como telón literal y metafórico de la ruta, Itxina y Gorbea: el paraje de los pastores prehistóricos, los recolectores de castañas, los carboneros, un mundo antiquísimo que aún extiende su sombra sobre Orozko.

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