Fallece el medievalista portugués Oliveira Marques

1/2/07 .- abc.es

Antonio Enrique de Oliveira Marques _ Historiador
Hipólito de la Torre Gómez
Profesor de Historia Contemporánea de Portugal. UNED.


Con el reciente e inesperado fallecimiento de Antonio Enrique de Oliveira Marques, Portugal ha perdido a uno de sus grandes historiadores. Medievalista excelente, su estancia en los Estados Unidos (1965-70), donde ejerció docencia en varias universidades, haría también de él el gran biógrafo de su país natal en la peripecia de los tiempos. La síntesis de Historia de Portugal que se decidió a redactar para cubrir el vacío historiográfico que dificultaba las explicaciones del joven profesor resultó una obra pionera, traducida a varios idiomas, continuamente reeditada y ampliada hasta la actualidad. El consagrado investigador de la Edad Media que nunca dejó de ser, acabó deviniendo también en el historiador con mayúsculas de la larga duración histórica de su patria, retratada exhaustivamente en las monumentales Nova História de Portugal y Nova História da Expansão Portuguesa, que promovió y dirigió en compañía del también desaparecido Joel Serrão. Fue asimismo iniciador de la historiografía académica del siglo xx, con sus estudios sobre el régimen republicano al que dedicó, como ya había hecho con la época medieval, una voluminosa Guia da I Republica Portuguesa sin la que hoy resulta imposible adentrarse en toda la riqueza del período. Autor de una bibliografía inmensa, Oliveira Marques abrió muchos otros caminos cuya simple enumeración no cabría en las líneas tasadas de esta breve noticia.
El nuevo Portugal surgido de aquel memorable 25 de Abril -que tuve el privilegio de contemplar a su lado- le rindió el reconocimiento que merecía y que el régimen anterior había obstaculizado. Obtuvo el rango de catedrático, dirigió durante algún tiempo la Biblioteca Nacional, recibió un homenaje académico casi multitudinario, con asistencia del entonces presidente de la República, General Ramalho Eanes, y prestó sus mejores saberes y esfuerzos a la creación de la hoy tan prestigiada Universidade Nova de Lisboa.
Nunca pudo ni quiso ocultar su perfil ideológico e intelectual, tan nítido y leal siempre a sí mismo. Era rabiosamente liberal, intensamente republicano, declaradamente crítico tanto del marxismo como del conservadurismo reaccionario. Se comprende así su militancia en la Masonería, donde llegó a desempeñar posiciones de relieve. Y, ¿cómo no, si la masonería portuguesa, cuyo prestigio social ha llegado intacto a nuestros días, fue manantial principalísimo de toda la historia del liberalismo portugués, tanto con la Monarquía como bajo la República? Por eso, su História da Masonaria em Portugal y su Dicionário de Masonaria Portuguesa, entre otras, son obras imprescindibles para quien quiera adentrarse en la historia contemporánea de Portugal.
Pero, sobre todo y sin pontificar ex cátedra, ni ceder a la exhibición de elucubraciones metodológicas, con su propio hacer cotidiano y la expresión sencilla de sus convicciones más profundas, Oliveira Marques indicó el camino justo del historiador: la historia, toda ella, como ambición de conocimiento; la elección de tiempos, de problemas, de acontecimientos, de enfoques, asumidos sin complejos, ni tributo a las «modas», porque lo único que validaba al historiador era el «rigor del tratamiento». El rigor... y, además, el «amor» a lo que se estudiaba, puesto que el odio o la indiferencia sólo conducían al error o a la amputación de ese «mundo emocional complejísimo» que siempre vivificaba el pasado. Había que leer en sus obras la cuidada precisión de los datos, la racionalidad con que encadenaba las explicaciones, la prosa limpia y sobria, sin concesiones pseudoliterarias, con la que expresaba análisis y descripciones, para comprender en toda su hondura el valor de esas sabias recomendaciones.
Oliveira Marques, ciudadano de Occidente, cuyas principales lenguas utilizaba con pulido y fluido esmero, era un portugués cabal, heredero de esas selectas elites de las que tan pródigo ha sido siempre el país vecino. En su equilibrado juicio del mundo no cabían menosprecio o recelo de España, sino todo lo contrario: admiración ponderada y reconocimiento de la común estirpe ibérica. ¡Cuántas veces le escuché elogios sincerísimos a la hermosa capital que él veía en Madrid, en nada inferior a tantas otras que había frecuentado por esos mundos de Dios!
Oliveira Marques era urbano, lisboeta, cosmopolita, receptivo al disfrute intelectual y de los placeres sociales y vitales que a menudo ofrece la existencia. Tenía pánico al avión y gozaba con los largos recorridos en ferrocarril y en barco. Cuando tenía que atravesar el océano en sus viajes entre Portugal y los Estados Unidos, utilizaba siempre el transatlántico. «Es un mundo en extinción -me decía a poco de conocernos- que no debes perderte». Él mismo era en cierta manera parte de ese mundo que ya se adentra en la lejanía y nos deja huérfanos en esta orilla donde tanto impera la mediocridad.
Antonio Enrique de Oliveira Marques

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