La muralla de la Colina (Álava)

16/10/06 .- noticiasdealava.com

Sabía que la muralla que rodeaba Gasteiz se construyó casi un siglo antes de que se concediera el fuero a la ciudad? ¿Conocía que algunos pilares de la originaria fortificación se conservan todavía en las entrañas de la Catedral Vieja? ¿Pensó alguna vez que el arco ojival y con una reja, en una de las entradas a la ciudad medieval, cerca del cantón de las Carnicerías, jamás pudo ser construido en la forma en que ha llegado a nuestros días? ¿Ha escuchado alguna vez que por esa zona corrían ríos de sangre? ¿Tiene idea de los numerosos litigios que mantuvo el médico Escoriaza para abrir ventanas en su palacio? ¿Ha visto alguna vez dónde se ubicó la primera plaza de abastos que se creó en Vitoria?...

Todas estas incógnitas quedan despejadas en la visitas guiadas sobre la emergente muralla de la Colina. Un recorrido atractivo donde pasado y presente se entremezclan en una zona de la ciudad que hasta ahora permanecía escondida a los ojos de los viandantes. Pero que gracias a la intervención arqueológica y al convenio firmado entre la Agencia de Renovación Urbana y la Fundación Catedral Santa María, todo (o casi todo) queda al descubierto en esta primera intervención.

Porque nada es casual. Ni siquiera los nombres de las calles. Pero, sobre todo, la historia de la ciudad se muestra a retazos por un paseo emblemático del Casco Antiguo, un recorrido inédito hasta la fecha pero que, a buen seguro, fue vía principal entre los vitorianos de hace varios siglos.

cantón de santa ana

Las puertas de acceso

Ya desde la plaza de las Burullerías el trayecto organizado pone de relieve las sorpresas que los arqueólogos han sacado a la luz. Así, en el cantón de Santa María se afanan por restaurar una parte de la fachada del templo. Pero, además, también quieren mostrar uno de los torreones de la vieja muralla perfectamente conservado, así como un arco roto, que evidenciaba que ese paso fue, en época medieval, uno de los accesos principales a la pequeña ciudad.

La magnitud de la obra (muros de hasta 15 metros de altura y con un grosor considerable) refleja ya la inquietud defensiva y comercial de la incipiente Almendra . Pero el visitante obtiene una visión mucho más global con una reconstrucción a escala de cómo se vivía en Vitoria en diversas épocas. La evolución urbanística de la ciudad se comprueba con la aldea poblada entre los siglos VIII y IX (cabañas con pequeños terrenos de labranza reproducidas después de los descubrimientos arqueológicos del equipo dirigido por Agustín Azkarate).

Doscientos años después (siglos X-XI), en la construcción de las cabañas ya se utilizan zócalos de piedra. Y a finales de esa centuria ya se tiene constancia de la existencia del recinto amurallado, con bastantes torreones abiertos en su parte interior y con poderosas cimentaciones para proteger las casas de la época, así como una pequeña iglesia.

La fortificación recibiría modificaciones en el siglo XIII, después de que el poblado amurallado recibiera el fuero por parte del rey Sancho el Sabio de Navarra, que bautizara este núcleo como Nueva Victoria. Y es que en esa fecha, la pequeña iglesia daba paso a los primeros pilares de la Catedral Vieja.

en las entrañas de la catedral

La base de los pilares del templo

En esos instantes, ya ha desaparecido parte de esa espectacular muralla. Sin embargo, se aprovecha parte de la construcción y de los materiales para elevar el templo. Y buena prueba de ello es el paso guiado por las entrañas de Santa María (el ábside), donde se conservan restos del relleno de ese muro (de 1,60 metros de ancho) o de la calcarita de Olarizu y la lumaquela de ajarte empleadas en su construcción.

No en vano, esa sólida muralla con sus correspondientes torreones sirvió como base constructiva para alguna de las columnas guía del templo vitoriano, ahora en plena rehabilitación abierta al público. Desde la plaza de Santa María se puede comprobar la línea recta que siguió la fortificación por la calle de las Escuelas y hasta la iglesia de San Vicente.

Pero, los visitantes se adentran a la calle Fray Zacarías Martínez en dirección a la entrada del Paso de Ronda para redescubrir la muralla de la Colina. Dos manzanas encintadas donde hace varios siglos tenía lugar la vida cotidiana, el comercio, el pago de impuestos y hasta la defensa de sus habitantes. Una parcela, a vista de pájaro no demasiado extensa, pero donde se producía una actividad frenética a tenor de los restos hallados, así como de la documentación histórica que todavía se conserva.

palacio de escoriaza esquivel

Adosado a la fortificación

No obstante, la muralla también tiene vida propia. A lo largo del paso del tiempo, en tiempo de guerras entre Navarra y Castilla, se produjeron reformas aún visibles. Más tarde, a mediados del siglo XVI el afamado médico local construye sobre ese muro el Palacio Escoriaza Esquivel. Y la edificación de la casa señorial no estuvo exenta de polémicas. El concejo municipal y el propietario litigaron durante años por la apertura de ventanales en la fortificación. Unos pretendían que el muro no tuviera puntos débiles con más vías de acceso. Los dueños del palacio, en cambio, renegaban de quedarse sin el lujo de habitaciones luminosas y aireadas.

Siglos más tarde, sin embargo, la muralla sufrió otros cambios más drásticos. Y es que la restauración del arco ojival o de parte de la muralla de esa zona cometió algunos errores de bulto. Así, con la muralla datada en el siglo XI esa puerta -con el rastrillo de rejas y de estilo gótico- nunca pudo ser construida así. Los historiadores ahora han constatado que esa entrada debió ser fabricada en arco de medio punto (redondeada) y con portones de madera sólidos.

Pero, además, la reconstrucción de la muralla en la zona del Palacio de Escoriaza Esquivel permite ahora ver cómo pudo ser el exterior de ese monumento estando, en cambio, dentro de lo que fue el recinto fortificado. Y es que las construcciones posteriores impidieron en los años 60 que la rehabilitación fuera completamente fiel.

paso de ronda

De polvorín a seminario

Con todo, las sorpresas no acaban ahí. Las piedras hablan. Y de qué manera. Así, en la renovada entrada por el cantón de las Carnicerías, Vitoria redescubre parte de su singular historia. En la parte trasera del Palacio Escoriaza Esquivel se observan las transformaciones de la muralla a lo largo del tiempo. La muralla vive... y desvela sus sinsabores, éxitos y oficios.

De este modo, se ven las bases de los torreones construidas con el sistema de espina de pez (las piedras colocadas de forma inclinada como mejor soporte de la construcción), los sillares del siglo XI y las reconstrucciones posteriores, así como la utilidad del palacio como cuartel y polvorín en las guerras carlistas o la edificación de un torreón de ladrillo rojo que se destinó a seminario.

El itinerario, que discurre por pasarelas de madera en el solar que ha quedado libre tras la demolición de una casa, propiedad municipal, adosada a la muralla y a la Casa de las Duchas, también revela los restos arqueológicos de los antiguos mataderos y del primer mercado de abastos de una ciudad con, probablemente, menos residentes que cualquier barrio actual.

Ese tramo, entre el cantón de las Carnicerías y de la Soledad, se convierte en uno de los atractivos de la visita guiada. Aquí el ambiente al atardecer se conjura para vislumbrar cómo rebajaron el terreno para colocar los mataderos, qué revestimiento utilizaron para reforzar la base del encintado defensivo, la dotación de albañales o colectores a las traseras de algunas casas cuando no existía el alcantarillado.

Asimismo, se explica o cómo se creó una terraza a modo de contrafuerte a los pies del monumento para evitar el posible derrumbe del Palacio de Escoriaza Esquivel. No en vano, los constructores de entonces, sin la maquinaria actual, se las ingeniaban para que sus edificaciones perdurasen en el tiempo.

cantón de las carnicerías

Matadero y plaza de abastos

De repente, en lo que ahora es un patio de vecindad, hace cientos de años se convertía en el centro neuralgico de la ciudad. Allí, a los pies de la muralla se citaban los carniceros. Todavía se observan restos del chamuscadero en las matanzas de los cerdos, la zona donde se chuleteaban las terneras o el espacio destinado a matadero de caprino (con cambio de ubicación con el paso de los años).

Pero, también quedan restos de lo que debieron ser los puestos de los vendedores de fruta, verdura y otros artículos de primera necesidad en ese reducido mercado de abastos de hace casi 100 años.

El volumen de negocio y de ajetreo incluso ha llegado a nuestros días. Los más mayores aún recuerdan oir hablar de los ríos de sangre que bajaban por el cantón de las Carnicerías y del olor penetrante en la zona a principios del siglo pasado, fruto del trabajo incesante en el matadero.

Pero, además, quedan crónicas de la época que dan fe de tragedias en ese recinto comercial. Así, El Anunciador , un periódico de la época, publicó el fallecimiento de tres vendedoras (fresqueras), así como las heridas que sufrieron otras dos niñas al derrumbarse parte del mercado debido a la gran cantidad de nieve acumulada en las techumbres de los puestos.

Según relata ese periódico, Trinidad y Feliciana y, más tarde, Modesta, perdieron la vida mientras cumplían con su labor de venta de productos frescos en uno de esos inviernos gélidos de la capital alavesa.

A principios de siglo XX, Vitoria contaba con poco más de 30.000 residentes. Una gran familia en la que el mercado de abastos, con su media docena de puestos, actuaba como uno de los lugares de encuentro. De ahí que no sorprenda tanto que en el diario local se citara a las víctimas por sus nombres de pila, sabedores de que todos conocían en persona las familias que estaban de luto.

Ahora, un siglo más tarde, ya no corre la sangre por el viejo matadero. Ahora, sólo se deja que las piedras hablen por sí solas.

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