Tras las huellas del gótico en Canarias

1/12/14 .- http://www.eldiario.es/

Tras las huellas del gótico en Canarias

La arquitectura gótica pervivió en Canarias durante más de dos siglos

Mientras en Europa triunfaba el Renacimiento, en el Archipiélago aún bebíamos del mundo medieval

La Gomera, Gran Canaria o Fuerteventura atesoran importantes muestras de este lenguaje artístico

El siglo XX redescubrió el pasado medieval y le dio forma, como la iglesia de San Juan Bautista en Arucas


Las Islas Canarias, podríamos decir, fueron anacrónicas a nivel artístico. No es una expresión formada al uso; es una realidad. Desde la conquista de Lanzarote y Fuerteventura a comienzos del siglo XV hasta la culminación del proceso en Tenerife en 1496, no hubo una arquitectura de referencia que no fuera deudora del mundo gótico. Mientras, en Europa ya los caminos iban por otros derroteros: Bruneleschi había realizado la cúpula de Santa María de las Flores en Florencia y Leonardo da Vinci había comenzado un año antes su monumental Última Cena.

Remontarnos a nuestro pasado más remoto es hacerlo al mundo normando. Revivir el épico viaje que trajo a Jean de Bethéncourt a las costas de Lanzarote en 1402 es hacerlo también a la zona llamada del Rubicón y a los primeros restos arquitectónicos de las Islas. Un viaje que comenzó en esta fecha y que duró siglos, pues los modelos góticos no desaparecieron, mezclándose en muchas ocasiones con el mudéjar que venía de la Península. Así, obras como la iglesia de Santa María de Betancuria, San Juan en Telde, la propia Catedral de Santa Ana o la Torre gomera del Conde son muestra de que en Canarias, el pasado medieval, pervive diariamente con nosotros.

Ahora bien, ¿hablamos de tiempos pasados? El gótico se revivió en pleno siglo XVIII cuando se levantó la torre caracol de Teror o las bóvedas de crucería de la iglesia de la Concepción de La Laguna. Centurias más tarde, en pleno siglo XX, ambas diócesis vieron en este lenguaje medieval la mejor manera de reencontrar la fe perdida en los nuevos templos. Baste recordar la iglesia de San Marcos en Agulo o San Juan Bautista en Arucas para darnos cuenta de que el gótico en Canarias se mantuvo en Canarias durante más de 500 años.

Un viaje que comenzó en 1402

El redescubrimiento de las míticas Fortunatae Insulae tuvo a un normando como protagonista: Jean de Bethéncourt. Corría el año 1402 y, por entonces, los aborígenes canarios vivían en una sociedad prácticamente neolítica. Sin conocimientos arquitectónicos, los indígenas moraban en su mayoría en cuevas o chozas al abrigo de su propia orografía. La inexistencia de poblamiento estable y de refugio hizo que los conquistadores franceses buscaran material de la zona para establecer las primeras construcciones de nuestra historia conocida.

La tradición cuenta que fue en el paraje desértico cercano a la playa de Papagayo, en Lanzarote, donde se construyó la primera fortaleza de Canarias. Aquella que por el color rojizo de su tierra fue llamada Rubicón. Aquí, en esta isla labrada por la lava, se erigió la primera obra religiosa de las Islas Canarias: la iglesia de San Marcial, encargada al primer maestro albañil conocido en el Archipiélago, Jean le Maçon (Juan el Albañil).

Este primer templo, quizá apenas una capilla adosada o incluida dentro del recinto de la propia fortaleza, se amplió y adquirió el rango de catedral cuando en 1404, Rubicón fue declarada diócesis sujeta al arzobispado de Sevilla. Sin embargo, los numerosos ataques piráticos y saqueos a lo largo de este siglo dieron al traste con sus restos y, con ello, punto final a la primera construcción gótica de Canarias.

Sin embargo, la pervivencia del mundo medieval en Lanzarote aún rezuma en Teguise, pues la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe se fundó a mediados del siglo XV. Al igual que tantos otros templos de Canarias, los incendios y las incursiones piráticas dieron con su ruina en varias ocasiones, ardiendo por última vez en 1909.

Tras Lanzarote, Bethéncourt viajó a la vecina isla de Fuerteventura, fundando el primer núcleo urbano de Canarias: Betancuria. Corría el año 1424 cuando el Papa Martín V dispensó bula y esta novísima villa fue elevada al rango de Diócesis de Canarias, aunque este privilegio tan sólo le duró seis años. Sin embargo, ello no fue acicate para que el normando ordenara a su fiel albañil Jean le Maçon que construyera un templo en puro gótico francés, trayendo para acometer tal fin a alarifes provenientes del país galo. Pasto de ataques piratas, en 1593 queda prácticamente en ruinas y se acomete su reconstrucción, que se da por finalizada en pleno siglo XVIII. Sin embargo, las huellas del mundo gótico las podemos apreciar todavía en el arco mayor apuntado del templo así como en la torre del campanario. También dos ventanales sobreviven de este siglo XV, quizá las únicas partes que sobrevivieron al fuego.

Pero hablar de Betancuria es hablar también de su pasado franciscano y de su convento de San Buenaventura, que tuvo a un importante santo como guardián: San Diego de Alcalá. Aquí estuvo su inestimable fray Juan de Santorcaz, quien descubrió de manera milagrosa a la patrona de Fuerteventura, la Virgen de la Peña, en el interior de unas rocas. En las ruinas de este convento aún se conservan restos de baquetones góticos así como ventanales con arcos conopiales. Junto a este recinto, la ermita del San Diego es otra muestra de este arcaizante gusto artístico, heredado aún del mundo francés.

Entre portugueses anda el juego

Quiso la historia que La Gomera fuera castellana y no portuguesa, a pesar de que la primera incursión en la Isla fue hecha por navegantes lusos allá por el siglo XV. El tratado de Alcaçovas delimitó las tierras de Castilla y de Portugal y, con ello –entre otros motivos- La Gomera quedó en manos de un señor llamado Hernán Peraza, dando comienzo al conocido como Señorío.

Durante el proceso de convivencia entre aborígenes y castellanos, muchos portugueses –especialmente de Madeira- recalaron en las Islas, sobre todo agricultores y, en menor medida, canteros. En el caso de La Gomera, fue precisamente este contingente el que hizo la mejor aproximación al arte luso en el Archipiélago. Las formas del gótico en Portugal no eran especialmente diferentes a lo que sucedía en la Península de los Reyes Católicos. El lenguaje era el mismo; los motivos decorativos, diferentes. De ahí que a esta unión, a esta simbiosis de gustos, se la llamase gótico atlántico, denominación no siempre respetada por la crítica.

Sin embargo, un simple recorrido por las calles de la capital de la Isla, San Sebastián, sirve para darnos cuenta de que en esta Villa perviven algunos de los mejores ejemplos del mundo gótico en Canarias.

Del conjunto de las fortificaciones que se construyeron en Canarias durante el siglo XV, sólo conservamos la Torre del Conde como testigo vivo del pasado medieval. Levantada en torno al año 1450 por Hernán Peraza, su fábrica estaba pensada más para la protección frente a las revueltas interiores que para la protección ante posibles ataques marítimos. Su planta cuadrada, dividida en tres cuerpos, conservan las ventanas saeteras y todo el empaque de sus imponentes y gruesos muros. No en vano, existió una empalizada que lo bordeaba. Sus paredes, intactas durante más de 500 años, sobrevivieron a ataques piratas, saqueos y revueltas. No en vano, aquí se vivió uno de los episodios más importantes de la historia insular: la Rebelión de los gomeros de 1488, en la que estos aborígenes alzados, tras matar a Peraza, quisieron dar muerte a su mujer, Beatriz de Bobadilla, quien refugiada en el interior de la Torre, sólo pudo avisar al conquistador Pedro de Vera. El resto de la historia sólo tiene recuerdos de sangre para el pueblo gomero.

La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de San Sebastián es quizá el mejor modelo para observar el gótico de origen portugués en Canarias. Su fachada, construida no antes de 1520, es un claro ejemplo del llamado gusto manuelino o, dicho de otra manera, de las formas derivadas del rey portugués D. Manuel I. Amante del mundo marino, los sogueados, anclas y esferas armilares fueron un recursos estético que se puso en práctica en algunos edificios tan singulares como el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa. En menor medida, pero deudora de este gusto, el templo matriz de La Gomera usó también este sogueado marino en forma de arco apuntado, completando su fachada unos capiteles labrados con formas vegetales y antropomorfas que son, quizá, el mejor registro de las fachadas medievales de Canarias.

Deudores también de este gusto portugués son los capiteles de la ermita de San Sebastián, construida ya en pleno siglo XVI, pero donde podemos observar sogas y collarines que son recuerdo de la presencia de canteros lusos en la Isla. Junto a ello, los arcos apuntados que perviven, forman un original edificio que, según la tradición, fue levantado para proteger a la población de posibles epidemias, no en vano, a San Sebastián se le invocaba para combatir la peste y otras enfermedades.

Y en esto, el gótico se trasladó a Gran Canaria

El proceso de conquista de Gran Canaria finalizó en 1483 y con él comenzó una rápida expansión de la presencia religiosa, tanto en modo secular como regular. Las ermitas, situadas en pagos donde había poblamiento, comenzaron a tomar las formas que tanto andaluces como portugueses había traído desde sus tierras de origen. Un ejemplo de esta variedad lo encontramos en Telde.

Si bien es cierto que donde hoy se asienta la imponente iglesia de San Juan Bautista existió una pequeña ermita de piedra y barro, el nuevo templo debió comenzarse en torno al año 1520 y, además, sabemos que en ella trabajó el maestro de la catedral Juan de Palacios. Arcos apuntados, ventanas de corte ojival, pedestales y capiteles nos sumergen en una de las mejores muestras del gótico en Canarias, a lo que habría que sumar, sin duda, su espectacular retablo escultórico flamenco. Pero también está su portada, con sus bolas isabelinas; con figuras de serpientes, minotauros, pelícano o una vaca con cuerpo antropomorfo; pero también baquetones y columnillas. No olvidemos la importancia del azúcar y de los ingenios en los que Telde fue un testigo más del privilegio económico que daba el llamado oro dulce.

Precisamente fue también el comercio de la caña de azúcar lo que hizo que naciera, al amparo del genovés Antonio Cerezo, la ermita y el tríptico de las Nieves de Agaete. Fundada en 1484, su arco apuntado así como su techumbre corresponden a la construcción original, donde aún se conservan estos elementos medievales.

Pero si retornamos a la capital, a aquel incipiente Real de Las Palmas, quedan en pie testigos de este primer momento fundacional y, por extensión, de estos albores del mundo medieval. Ejemplos podríamos observar en la ermita de San Telmo, sobre todo en su fachada que, aunque es cierto que responde a modelos posteriores, la idea es netamente goticista. Idéntico ejemplo encontramos en Santo Domingo de Guzmán, cuya construcción se acomete en la segunda década del siglo XVI. Con este templo se cebaron los piratas de la armada de Van der Does, teniendo que ser reconstruido en la siguiente centuria. Sin embargo, de esta primera iglesia aún perviven algunos baquetones góticos así como algunos arcos ojivales. Nuevamente, testigos de los tiempos de la fundación de la urbe.

Pero camino de Vegueta, allí, como testigo insomne de la vida de Las Palmas se encuentra la catedral de Santa Ana, la obra magna del gótico en Canarias, el gran tesoro artístico del Archipiélago. Entre sus muros, en su interior, nos podemos trasladar al pasado medieval de unas Islas anacrónicas a nivel artístico y quizá también a nivel social. Una catedral hecha por arquitectos de la entonces metrópoli sevillana mandada a construir por el obispo Muros. Abierta al culto en 1570 –aunque aún sin finalizar- podríamos decir que levantar esta fábrica colosal, con sus arcos y nervios mirando al Cielo, debió durar cincuenta años.

Quiso Santa Ana ser la hija menor de la sede hispalense, la más gloriosa de las catedrales españolas en tamaño. Así lo había recomendado hasta la propia reina doña Juana, llegando hasta este Real de Las Palmas numerosos canteros y maestros de obra de origen sevillano. Traspasar su fachada neoclásica y entrar en su interior es hacer un viaje en el tiempo y remontarnos al siglo XVI. Sus tres naves de igual altura, su ausencia de girola, sus diez columnas cilíndricas de base poligonal que elevan al Cielo sus columnillas adosadas y que terminan en esas grandes bóvedas nervadas y de terceletes nos sumen en un estado de éxtasis que se acrecienta, qué duda cabe, al calor de los colores que la luz caprichosa de las vidrieras propone en cada momento del día.

Cabe recordar que el ataque de 1599 de Van der Does fue catastrófico para la catedral, pues se perdieron numerosas obras de arte así como gran parte de sus archivos. Habría que esperar al siglo XVIII para ver reanudadas las obras con Diego Nicolás Eduardo a la cabeza, quien concluyó su crucero, cabecera y cimborrio, mientras que el imaginero Luján Pérez fue el encargado de ejecutar la fachada neoclásica. Así, la gran construcción religiosa de Canarias es un compendio de muchos estilos pero, por encima de todo, su interior es un verdadero canto al gótico tardío.

La pervivencia del gótico en el siglo XX

Cuando el siglo XIX trajo la división de la entonces única Diócesis, cada obispado tenía plena libertad para encargar sus obras y futuros templos. Sin embargo, algo van a tener en común. Apostarán por el regreso al mundo medieval, lo que en Francia va a llamarse Revivals y que a Canarias llegará como neogótico. Es así como se explica que Arucas tenga uno de los templos más espectaculares de Canarias: el de San Juan Bautista. Construida entre 1908 y 1977, la iglesia es una verdadero canto al mundo medieval hecha con piedra basáltica gris extraída de las canteras cercanas. Cuatro imponentes fachadas se mueven entre torres poligonales con pórticos. Es como si de repente una gran catedral gótica francesa reviviera en Gran Canaria. Una de los mejores ejemplos de este estilo constructivo que tuvo su suerte también en islas como Tenerife (en Icod) o en La Gomera (Hermigua, Agulo y Vallehermoso). Estas obras fueron encargadas en la primera década del siglo XX a Antonio Pintor, arquitecto de la diócesis. Él no era muy partidario de este gusto ecléctico, pero realizó soluciones verdaderamente interesantes como en las cúpulas neobizantinas de San Marcos en Agulo. También el gusto gótico del siglo XX lo podemos rastrear en la iglesia de San Isidro en Arucas, construida entre 1923 y 1928.

Este recorrido por el gótico en Canarias es un viaje de ida y vuelta que ha durado más de 500 años. Desde 1402 hasta 1977, pináculos, arbotantes, arcos apuntados y bóvedas nervadas han pervivido en el Archipiélago en consonancia con otros lenguajes artísticos como el Renacimiento o el Barroco.

Las Canarias, enclavadas en el corazón del Atlántico, son una muestra de que el espíritu medieval que no fue ajeno quizá por nuestro tiempo, sobrevivió a los siglos y hoy son huellas para visitar en un viaje imaginario por sus templos.

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