Felipe Criado: “Los arqueólogos podemos ofrecer soluciones a problemas actuales”

30/1/16 .- http://www.csic.es/

Felipe Criado: “Los arqueólogos podemos ofrecer soluciones a problemas actuales”

El investigador del CSIC Felipe Criado participa en 'Protagonistas de la ciencia'


Al preguntarle sobre su disciplina, Felipe Criado Boado rompe con un primer tópico: la arqueología no es solo cosa del pasado. Para este arqueólogo del CSIC, su actividad debe orientarse al presente y abordar problemas concretos. ¿Cuál es nuestra relación con el medio ambiente? ¿Cómo se han producido las grandes migraciones a lo largo de la historia? ¿Cuál es el origen de la desigualdad social? “La arqueología puede interrogarse sobre las grandes preguntas de la humanidad”, afirma Criado. En su opinión, la actual crisis de los refugiados, la amenaza yihadista o el choque entre culturas son cuestiones en las que la investigación arqueológica puede aportar otras perspectivas. Crítico con el abandono que sufren las humanidades, el director del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) considera que estas disciplinas deben dar respuesta a los desafíos de nuestras sociedades. Ahí “nos jugamos su futuro”, asegura. Con ese enfoque ha asumido la presidencia de la Asociación Europea de Arqueólogos, que aglutina a más de 2.500 profesionales del sector. Tras su elección, Criado pronunció un discurso en el que reivindicó el papel de la arqueología en la construcción de una Europa más social y más consciente de su pasado mestizo y compartido.

¿Qué momento está atravesando la arqueología? Los avances tecnológicos están abriendo oportunidades, pero la crisis económica está teniendo efectos negativos…

Está en una posición muy interesante aunque paradójica. Es un momento de nueva aplicación de perspectivas interdisciplinares. Esto está produciendo una revolución porque se abren nuevos campos de trabajo, nos hacemos nuevas preguntas… La arqueogenéomica [la aplicación de las técnicas de análisis de ADN antiguo para el estudio del pasado] es un buen ejemplo. Pero junto a los avances metodológicos y teóricos está el impacto de la crisis económica. No solo por la reducción de los presupuestos de investigación; también porque en nuestra disciplina afecta directamente a uno de sus principales logros: la capacidad de generar un sector profesional autónomo. Dentro de las humanidades somos la única disciplina que ha conseguido generar un mercado de trabajo independiente de la investigación y la docencia, sobre todo en los últimos 30 años. Podemos hablar de unos 30.000 arqueólogos en el conjunto de la UE, pero la reducción de actividad en los últimos 6-7 años ha provocado una reducción del 40% del empleo en algunos países. Los sectores más jóvenes y menos consolidados están siendo los más afectados.

En este contexto, estimulante por un lado pero también muy afectado por la crisis, eres elegido presidente de la European Association of Archaeologists (EAA). ¿Qué objetivos te planteas? ¿A qué retos se enfrenta esa asociación?

La misión de la asociación es proteger y promover la arqueología y el estatuto de la gente que trabaja en esta disciplina. Para mí el primer gran reto es científico-social: tenemos que hacer que la arqueología se interrogue más por las grandes preguntas de la humanidad. Por ejemplo, nuestra relación con el medio ambiente, la movilidad de las gentes a lo largo de la historia, la conciencia, el origen de la desigualdad social… La arqueología puede afrontar esos grandes temas desde una perspectiva temporal que abarca miles de años. Ese reto tiene mucho que ver con otro: hacer que la arqueología esté más presente en la sociedad.

Esto que planteas rompe con la idea de identificar la arqueología con el pasado, frente a un planteamiento de la disciplina como algo que aúna el pasado con el presente.

Sí, la arqueología se identifica con el saber sobre las cosas antiguas; estoy pensando en los tópicos fílmicos que tan bien o tan mal representan la arqueología… Es cierto que esa imagen tiene mucha fuerza y atractivo entre el gran público, y eso es bueno. Pero lo que realmente la caracteriza es el estudio de la materialidad, los restos y productos materiales generados por los seres humanos en su historia. Los historiadores estudian el pasado desde las fuentes históricas; los antropólogos pueden estudiar el presente o el pasado próximo desde el trabajo de campo etnográfico; los arqueólogos estudiamos el pasado desde los restos materiales independientemente del momento al que pertenezcan, incluidos los que estamos produciendo ahora. Por eso podemos plantear una visión distinta de lo que ocurre, diferente a la que da la historia, la antropología o la historia del arte. Lo bueno de los materiales es que son el resultado directo de la acción humana. La materialidad no engaña, incluso cuando intentamos deliberadamente que engañe.

¿Consideras un reto para la arqueología trasladar esa imagen de disciplina asociada no solo al pasado sino también al presente?

Totalmente. Y a veces el problema somos los propios arqueólogos y arqueólogas, que tanto por lo que hacemos como por lo que decimos que hacemos nos vinculamos mucho más al pasado. Hay compañeros que no terminan de reconocer esta otra perspectiva.

Decías que la arqueología debe estar presente en la sociedad y responder a las grandes preguntas de la humanidad. Esta idea enlaza con algo que dijiste al ser elegido presidente de la EAA. Señalaste que la arqueología ha de contribuir a crear una Europa más social, más consciente de su pasado mestizo y compartido. ¿A qué te estabas refiriendo?

Más de uno dirá que su disciplina también puede hacer lo mismo. No lo negaré, seguramente todas las disciplinas pueden hacerlo… Pero la arqueología en particular puede hacerlo y pondré un ejemplo. Cuando dije eso pensaba en la crisis de los refugiados, la gran crisis migratoria del pasado verano, que aún dura y durará. Y pensaba también en esa crisis a la luz de varios artículos recientes en Nature y otras revistas sobre arqueogenómica. Esas investigaciones muestran que en Europa, desde hace al menos 8.000 años, no ha parado de moverse gente de un lugar a otro, sin puertas, ora venían de las estepas hacia el occidente europeo, ora iban desde el occidente al centro de Europa… Pensaba en eso y hacía una lectura del momento actual, con los gobiernos y algunas sociedades europeas tratando de cerrar las fronteras, cuando Europa se ha construido, y somos como somos, porque no ha habido fronteras. Si tuviera que hacer hoy la misma declaración, quizá pensaría en otro ejemplo.

¿Qué dirías?

Pensaría por ejemplo en los atentados del 13 de noviembre en París... Si hubiera hecho esa declaración al día siguiente de aquello, habría pensado en los colegas con los que hemos participado en un proyecto europeo de la Unidad de Arqueología Urbana de Saint Denis, la ciudad de la periferia de París que se ha convertido en un lugar completamente multicultural. Saint Denis dio cobijo tras la segunda guerra mundial a cantidad de población inmigrante, incluidos muchos republicanos españoles. Eso dejó una impronta y una memoria histórica fortísima, en forma incluso de topónimos y nombres de calles, algo por cierto sobre lo que los españoles deberíamos pensar para recuperar ese patrimonio. Creo que hoy alberga alrededor de 100 nacionalidades distintas, es un hervidero multicultural. La misión de esa Unidad de Arqueología Urbana no es solo excavar para recuperar los restos arqueológicos; además, su reto es generar un sentido de lugar compartido en poblaciones de aluvión que proceden de contextos culturales, étnicos y religiosos muy diferentes, basándose para ello en la idea de un vecindario que tiene un suelo común. Quiero creer que ese trabajo, que ha durado años, ha hecho a Saint Denis más resiliente ante el hecho de saber que entre sus casas se escondían parte de los fundamentalistas que atentaron en París.

¿Podríamos hablar de un papel de la arqueología como vacuna contra el choque de culturas?

Obviamente. La arqueología no es ajena a los problemas de la etnicidad, de la identidad, de la memoria… Son cuestiones con las que los arqueólogos interactuamos cada día.

En el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) apostáis por un enfoque interdisciplinar de la arqueología y los estudios del patrimonio. ¿Cómo se manifiesta eso en vuestras investigaciones?

Tenemos equipos de arqueología trabajando en temas de memoria histórica en Belchite, en el estudio arqueológico de trincheras de la guerra civil o de campos de concentración, pero también en la formación de paisajes agrarios de irrigación en un medio árido como el desierto de Atacama o en el impacto de la elevación del nivel del mar en yacimientos y sedimentos costeros. Son equipos interdisciplinares donde los arqueólogos trabajan con otros profesionales. El mejor ejemplo en el CISC es el proyecto del archivo del duelo, que no es arqueológico sino antropológico, pero ha aglutinado a especialistas de muchas disciplinas. La investigadora responsable, Cristina Sánchez Carretero, trabaja ahora en el Incipit.

¿A qué responde ese afán interdisciplinar de la arqueología? ¿Qué se persigue con él?

La investigación del siglo XXI tiene que estar orientada al problema, no puede circunscribirse a los límites estrechos de las disciplinas (en el caso de la arqueología, a los límites de un periodo cronológico). Tenemos que pensar en problemas y atacarlos conjuntamente desde muchas disciplinas. La arqueología tiene en este sentido una vocación muy clara; como nuestras fuentes son tan parcas, mudas y también escasas y ambiguas, no nos queda más remedio que forzar nuestros datos mirándolos desde todos los puntos de vista posibles. Eso te lleva necesariamente a la interdisciplinariedad. Y, ojo, porque al hablar de interdisciplinariedad se tiende a pensar en las ciencias duras, cuando la buena interdisciplinariedad debe comenzar por nosotros mismos: las ciencias humanas. El arqueólogo, el historiador, el antropólogo… deben trabajar conjuntamente.

¿Esa perspectiva es aplicable a todo el conocimiento? Porque, junto a ese axioma de lo interdisciplinar, también se defiende en algunos ámbitos la máxima especialización…

Evidentemente, porque la complejidad del instrumental y de las tecnologías que utilizamos es tal que tienes que especializarte.

Así que especialización e interdisciplinariedad pueden ir en paralelo, ser complementarias…

Sí, lo fundamental es que la investigación se oriente a problemas concretos. La sociedad y la clase política nos piden, de forma un tanto simplista, que respondamos a problemas. Cuando te planteas un problema, por ejemplo la producción de vino en una región o la relación con el medio ambiente a lo largo de la historia, ves que no es propiedad de la química o de la botánica; son problemas en los que hay que introducir muchas disciplinas distintas. El futuro de las ciencias humanas nos lo jugamos en ser capaces de trabajar en esos escenarios transdisciplinarios de investigación orientada a problema. Aunque es cierto que la definición de las disciplinas no ayuda mucho…

¿Te refieres a la excesiva compartimentación del saber?

Claro, la definición de las disciplinas basadas en compartimentos estancos. Y hay otro problema: la definición de las políticas científicas y la evaluación de los currículos no van en esa dirección; la promoción y valoración del trabajo interdisciplinar es aún una asignatura pendiente. Al final, los que apostamos por proyectos interdisciplinares acabamos penando porque jugamos en tierra de nadie.

Has dicho que el reto de las humanidades es que se orienten a problemas para garantizar su propia supervivencia… Precisamente hoy la excesiva orientación de la ciencia a los resultados, la tecnología y la aplicación suele marginar a la ciencia básica y en general a las humanidades. ¿Qué opinas de esta dinámica?

Hay dos cosas distintas aunque se relacionan. Por un lado, las políticas cortoplacistas de apostar solo por lo que se llama innovación o desarrollo; eso afecta a toda la investigación fundamental, sea de humanidades o de física teórica. Otra cuestión es el rol que damos a las humanidades, que parecen las hermanas pequeñas de la ciencia o incluso que no son científicas, porque el conocimiento que producen se considera poco aplicado y porque son baratas de hacer, así que acaban siendo las perdedoras de cualquier política de reducción de gasto. No solo en España, también en EEUU. Es dramático cómo se han abandonado las humanidades durante la administración Obama. Aquí la financiación a los proyectos de humanidades ha caído hasta unos límites de vergüenza. Esta es una tendencia que demuestra una miopía tremenda de los responsables políticos o incluso de compañeros de otras disciplinas, por no reconocer que las ciencias sociales y humanas pueden abordar la dimensión social de muchos problemas actuales... Por ejemplo, aunque la evolución de las TIC invente un nuevo Internet, este generará a su vez nuevas dinámicas que son problemas sociales. Los humanistas en general y los arqueólogos en particular podemos ofrecer soluciones. La arqueología es un dispositivo de interacción con el patrimonio cultural, y este es esencial para toda sociedad: constituye la tradición sobre la que esta se configura, sobre la que nos identificamos y generamos valores comunes que nos permiten comunicarnos…

Estás hablando del papel de la arqueología para cohesionar más una sociedad…

Exactamente. Además, el patrimonio, en una sociedad en la que el sector turístico es un nicho de oportunidades para el futuro, ofrece muchas alternativas. La arqueología, como otras áreas de humanidades, no solo se relaciona con el patrimonio sino que produce patrimonio, genera nuevas lecturas y narrativas que contar sobre el patrimonio.

Antes te has referido al impacto de la crisis económica en la investigación en general y en la arqueología en particular. Uno de esos efectos se observa en la venta de patrimonio que están llevando a cabo países como Italia y Grecia para obtener liquidez.

Sí, esto es un proceso que se vive desde años y es creciente. Tiene que ver con los procesos de realineación neoliberal del Estado, con los discursos a favor de aligerar el sector público, que en países con patrimonio fuerte conducen a que su gestión o incluso el propio patrimonio se privatice. Puede haber una empresa que haga un buen plan de negocio basado en la explotación turística sostenible de un yacimiento arqueológico; yo no le cerraría la puerta porque puede generar empleos y riqueza. El problema es que estos discursos neoliberales nunca dicen que lo que es una buena solución para una parte del patrimonio, posiblemente para el más visible y espectacular, no lo es para el resto. Los yacimientos que se pueden explotar con estas bases son una mínima parte respecto a todos los que hay que proteger. Dicho esto debo añadir que cada vez me gusta menos referirme al neoliberalismo como lo acabo de hacer, porque los efectos dramáticos de esta ideología económico-social son tan graves que nuestra obligación es analizarla, explicarla, no naturalizarla como un tópico.

¿Conoce bien su patrimonio la sociedad española?

Es una pregunta muy genérica… Por un lado, es cierto que la gente en general conoce su patrimonio. Por otro, aunque lo conozca, el vínculo con el patrimonio también se pierde o cambia en una sociedad que es cada vez más urbanita y más desmemoriada, donde las nuevas formas de identidad social e individual se están construyendo en gran medida sobre la desmemoria y la ruptura de vínculos con el pasado y la tradición. Se pierde el vínculo con el patrimonio tradicional y surgen vínculos nuevos, porque el patrimonio lo seguimos construyendo constantemente.

Recientemente habéis realizado en el Incipit un proyecto relacionado con el uso de Altamira. ¿Qué papel juega la arqueología en este debate?

Esto se relaciona con lo que comentaba antes del patrimonio. La arqueología no solo estudia el patrimonio sino que lo produce y genera nuevas visiones sobre el mismo que tienen efectos positivos en la actividad social, el empleo y la generación de riqueza. El Incipit lleva años estudiando el valor de Altamira, tanto económico (cuánto dinero y beneficios genera), como social (para qué nos sirve, qué valores identitarios y de memoria hay detrás, qué diferentes grupos de interés se relacionan con Altamira…). Es un trabajo liderado por arqueólogos pero multidisciplinar, en el que han trabajado antropólogas, sociólogas, historiadores, historiadores del arte, economistas, periodistas… Uno de los frutos ha sido identificar cómo y por qué ha cambiado su valor identitario: Altamira, de ser una representación fidedigna de lo español en la historia, pasó a ser algo en clave autonómica, y de ahí que el gobierno cántabro reclamase su gestión. También hemos identificado que, mientras ocurría ese proceso, la correspondencia entre Altamira y la comunidad local se ha roto. Ha sido un efecto no deseado de un modelo de gestión que por lo demás ha sido positivo: el museo que se abre en 2001 es una referencia en Europa y ha permitido que visiten Altamira 250.000 personas al año. Altamira, por el arte que cobija, pertenece al mundo, es una obra cumbre de la creatividad humana, y en ese sentido es tan cántabra o ibérica como europea. Pero solo se moverá bien en esos diferentes escenarios si el vínculo con la comunidad local es fuerte.

Esa deriva que comentabas de la sociedad actual, esa construcción de la identidad a base de desmemoria, puede dificultar el papel de la arqueología, que parecería nadar a contracorriente…

Sí y no, porque los procesos de memoria y desmemoria van siempre juntos: olvidamos en la misma medida que recordamos y recordamos en la medida que olvidamos. En cada momento se elige conscientemente o no qué cosas se olvidan y qué cosas se recuerdan. Por eso la propia definición de memoria va cambiando, y siempre necesitarás a la arqueología, la antropología o la sociología para dar cuenta de cuál es la relación con la memoria en cada momento, para mostrar qué cosas estamos recordando y cuáles estamos olvidando.

¿Y quizá también para resistir a esa desmemoria?

Bueno, creo que el conocimiento siempre es resistencia, nos hace conscientes del lugar que ocupamos, nos hace ver que somos un punto dentro de una red de relaciones mucho más compleja… Nos hace más autoconscientes y más reflexivos, y por tanto más resistentes, con más capacidad para no aceptar cualquier discurso.

¿Hasta qué punto es importante trasladar el conocimiento científico, en este caso la arqueología, a la sociedad?

Es básico. En el Incipit lo tenemos claro. La divulgación es tan importante que no debe estar al final del proceso. No creo que debamos investigar, estudiar, producir resultados y, una vez que los tenemos, hacerlos públicos. Eso contribuye a cosificar la imagen del público como si fuera un mero espectador-consumidor. Es como un modelo de consumidor acrítico, cuando en el caso del consumo ya se está incluso diluyendo la diferencia entre productores y consumidores y se habla de prosumidores. La divulgación la veo como una interacción necesaria con el público, un público activo que debe plantear constantemente qué le interesa y por qué, que puede formar parte activa de tu proceso de investigación. Ser algo transversal y estar presente en todas las etapas.

¿Cualquier científico debe simultanear la divulgación con la investigación?

Si partimos de esa transversalidad del público en todas las fases de la investigación, los investigadores deberíamos estar en interacción constante con el mismo, debería ser una parte de nuestra actividad. Pero en lugar de exigírsenos como algo fijo todos los años, debe ser cambiante, porque no siempre puedes tener la misma dedicación. Creo que el equilibrio no hay que buscarlo en cada investigador a nivel individual, sino a nivel de la institución o de cada centro, que como bloque debería cumplir ese objetivo anualmente. Otra cosa es cómo se distribuye entre los investigadores, esto dependerá del momento en el que se encuentre cada uno. A veces tienes que ir a la biblioteca y hacer un trabajo especulativo y reflexivo para formular nuevas preguntas; otras tienes que preparar una excavación y hacer trabajo de campo; en la fase analítica estás en el laboratorio trabajando con compañeros de otros centros; y finalmente empiezas a generar resultados y te encierras para escribir… Pero la relación con el público debe estar en todo ese proceso.

También se habla mucho de fomentar las vocaciones científicas, de acercar la ciencia a los estudiantes desde edades tempranas. Quizás sea un tópico, pero la profesión de arqueólogo suele ser atractiva para los niños.

Lo es… Más que fomentar las vocaciones científicas, creo que hay que fomentar la curiosidad científica. Los niños y niñas tienen mucha curiosidad por la arqueología, pero posiblemente ni una mínima parte de ellos genera después una vocación que le lleve a estudiar esto. Sin embargo, tenemos que provocar esa curiosidad para que se hagan preguntas por el pasado, por la materia, por nuestra relación con el tiempo, con la materialidad…

¿Resulta complicado compaginar la carrera científica con la vida familiar?

Esta pregunta es para mis hijas y mi mujer. Creo que los investigadores e investigadoras podemos llegar a ser malos cónyuges, malos padres o madres, malos amigos… [risas]. La investigación es un proceso que no para nunca: en el laboratorio, en el cine o incluso durmiendo seguimos dando vueltas a nuestras investigaciones. La desconexión no es posible. El entusiasmo que ponemos y la flexibilidad de los horarios mitiga eso, pero el equilibrio es difícil. En mi caso la mayor ventaja es el aura que tiene la arqueología, que hace que mis hijas sean mis primeras seguidoras. Dicho esto, no creo que los investigadores seamos únicos…

Una última cuestión: ¿qué descubrimiento arqueológico te gustaría hacer?

Por todo lo que he dicho se entenderá que diga que la épica del descubrimiento está sobrevalorada en arqueología; tiene que ver con una noción superada de la arqueología. Pero si tuviera que elegir, me decantaría por localizar en París la escultura de Alberto Sánchez que presidía el Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937: El Pueblo Español tiene un camino que conduce a una estrella. Con la guerra civil se perdió. Hoy hay una réplica delante del museo Reina Sofía. A menudo he pensado en esta obra perdida y en los efectos metafóricos de esta pérdida. El INRAP (Instituto francés de Arqueología Preventiva) localizó en 2004 el conjunto escultórico que presidía el pabellón soviético. Localizar el original de Alberto sería recuperar un pedazo de historia que se plegaría sobre el presente para, a lo mejor, hacernos pensar y actuar de otro modo en este tiempo crítico.

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