Una sociedad rural en el Mediterráneo medieval. El mundo agrícola nazarí

Carmen TRILLO SAN JOSÉ. Profesora Titular del Departamento de Historia Medieval y CC. y TT.HH. de la Universidad de Granada.

Carmen Trillo reúne en este pequeño libro un par de trabajos muy representativos de su actividad investigadora. Reseña realizada por Josep Torró (Universitat de València) (*)

Editorial: Al-Baraka
Colección: Gog Magog
Páginas: 0
Carmen Trillo reúne en este pequeño libro un par de trabajos muy representativos de su actividad investigadora. En primer lugar, el artículo “El mundo rural nazarí: una evolución a partir de al-Andalus”, publicado originalmente en la revista de historia medieval de la Universidad de Salamanca (1); en segundo lugar, un estudio inédito más breve, que complementa en cierto modo el anterior y lleva como título “Análisis social del regadío en al-Andalus: el entorno de la Granada nazarí (siglos XIII-XV)”. Los dos trabajos seleccionados por la autora, acompañados de una sección con láminas y gráficos en color, constituyen una muestra adecuadamente representativa de la problemática desarrollada por la misma a lo largo de numerosas publicaciones insertas en obras colectivas o revistas, y que de este modo se ofrecen al lector interesado en un soporte susceptible de alcanzar mayor difusión (2).
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El punto de partida propuesto por Carmen Trillo se sitúa en la insuficiencia de los conocimientos existentes sobre el campesinado —el mundo rural— nazarí hasta épocas relativamente recientes, tanto en la producción del medievalismo clásico como en la del arabismo. Este desconocimiento ha propiciado una imagen persistente del reino nazarí como “secuela irreconocible de la presencia musulmana en la península ibérica”, atribuyéndosele características propias de las sociedades feudales, suponiéndole un poder exorbitante al aparato estatal o exagerando los efectos del comercio exterior de productos de lujo, “que a menudo no era protagonizado por los propios nazaríes, ni como mercaderes ni como productores especializados”. Si hoy en día esta visión va perdiendo fuerza, ello se debe, sin duda, a la amplitud y consistencia de la obra desarrollada por la autora y por los otros miembros del grupo de investigación que dirige el profesor Antonio Malpica en la Universidad de Granada. Una línea de trabajo inspirada e informada, asimismo, por los trabajos de historiadores como M. Barceló, P. Guichard, Th. F. Glick y A. Watson.

A través de un texto claro y ordenado, Trillo analiza sucesivamente la estructura de los asentamientos (las alquerías), la organización de las comunidades rurales (las aljamas), la gestión de los espacios de cultivo, el reparto del agua y el papel institucional de los consejos de ancianos. El estudio que cierra el libro se dedica de un modo particular a la organización de los cultivos irrigados en el área periurbana de la propia madîna de Granda. En su argumentación, la autora moviliza narraciones y documentos árabes nazaríes, registros castellanos de la época de la conquista, fuentes jurídicas andalusíes y magrebíes, estudios de etnología colonial magrebí y un conocimiento exacto del medio físico derivado de la experiencia arqueológica.

Los resultados del análisis de Trillo pueden sintetizarse en cinco puntos. El primero consiste en una demostración del lugar central que ocupan los campos irrigados destinados al policultivo, tanto en los espacios rurales como en las estrategias campesinas. Las tierras irrigadas son la base patrimonial de las unidades familiares organizadas en clanes y linajes, mientras el resto del espacio se gestiona de modo comunitario, bien como zonas de pastoreo y recolección, bien como tierras “muertas” (mawât), apropiables por vivificación aunque revertibles al común si dejan de cultivarse durante más de tres años. Es en estas últimas, precisamente, donde se despliegan los cultivos de secano, caracterizados por su carácter intermitente y discontinuo. En algunas alquerías, incluso, el secano apenas si existe. La autora observa que esta ordenación social del espacio rural no puede concebirse sin tener en cuenta una implantación fundacional de grupos tribales árabo-beréberes, portadores de la lógica social “gentilicia” y del conjunto técnico de semillas y saberes agrarios puesto en práctica en sus asentamientos.

El segundo punto sería, precisamente, el referido a la organización clánica de los espacios de cultivo. Trillo examina las dinámicas de degradación potencial del orden Replique Rolex genealógico original —la difusión de prácticas exogámicas, la herencia externa y las transacciones de tierra— llegando a la conclusión de que sus efectos se ven considerablemente atenuados por diversos mecanismos jurídicos y consuetudinarios. Estos resortes tendrán bastante éxito a la hora de desactivar la fragmentación de los bloques patrimoniales relacionados con clanes o linajes, aunque también es verdad que no podrán mantener su eficacia bloqueadora de modo sostenido (3).

El tercer punto se relaciona con el anterior. La autora describe el reparto “gentilicio” del agua, que originalmente se vinculaba a los bloques compactos de tierras que poseía cada linaje, y luego debió adaptarse a la dispersión de las parcelas, perdiendo eficiencia al hacer que las acequias transportasen los turnos agua entre terrazas distantes unas de otras. Esta forma de distribución se muestra muy persistente: aún en el primer tercio del siglo XIV es reconocible en las cercanías de Granada. La subsiguiente implantación del reparto topográfico restituye el recorrido original del agua aunque se haya perdido la compacidad y el orden de los patrimonios de linaje. Este hecho no supone en sí mismo una degradación de las solidaridades campesinas, sino simplemente una sustitución de la lógica estricta del parentesco por otra en la que prevalece la eficiencia y la cohesión local. Lo que sucede es que el reparto topográfico permite, eventualmente, separar el agua de la tierra, venderla aparte, aunque al parecer sólo se llega a este extremo en algunos espacios periurbanos de la ciudad de Granada.

En cuarto lugar, Trillo advierte los obstáculos sociales que se interponen a la propagación de cultivos comerciales en el regadío, particularmente el moral y la caña de azúcar: la superficie destinada a esta última sólo alcanza el 2,3 % en Almuñécar, una de las principales zonas productoras. La expansión de estos cultivos habrá de esperar a la conquista castellana. No ocurre lo mismo en las zonas de secano, donde se producen frutos secos (pasas, higos y almendras) destinados en gran parte a una comercialización controlada, también, por agentes italianos. Los campos irrigados, por el contrario, constituyen la base subsistencial y reproductiva de las unidades campesinas, de lo que se deriva tanto la orientación doméstica de sus cultivos como la resistencia a enajenarlos. Ahora bien, tampoco los campos de secano donde se plantan viñas, higueras o almendros son un dominio de “grandes propietarios”, sino de campesinos medianos y pequeños que han llevado a cabo el acondicionamiento de tierras “muertas”.

Finalmente, pues, una de las conclusiones decisivas del estudio reside en la virtual ausencia de la “gran propiedad” en la Granada nazarí. La riqueza no se fundamenta en la posesión de la tierra. Las almunias y parcelas que poseen los ciudadanos acomodados tienen, en realidad, unas dimensiones muy similares a las de las posesiones de los campesinos corrientes. De este modo, la autora puede afirmar que “las clases elevadas nazaríes eran ricas en oro y bienes urbanos (casas, tiendas e incluso huertas en la ciudad), pero no eran grandes terratenientes” (p. 212). Esto no quiere decir, sin embargo, que los ricos careciesen de poder: en el siglo XV se hace patente su presencia en los consejos de ancianos, ejerciendo una fuerte capacidad para intervenir en las decisiones.

Una vez enunciadas las —a mi juicio— más destacables aportaciones de la obra, me gustaría llamar la atención sobre un aspecto importante que puede pasar fácilmente desapercibido. Lo que sobriamente nos describe Carmen Trillo —y este es uno de los mayores valores de su trabajo— son lógicas campesinas, no lógicas “islámicas”. Resulta muy significativo, por ejemplo, advertir que las relaciones entre la distribución del agua y la organización genealógica de los campos de cultivo documentada actualmente en las terrazas ricícolas de Aslewacaur, en el Nepal central, se caracterizan por una racionalidad muy semejante a la que nos muestra la autora para la Granada nazarí (4). Pero no son lógicas universales. La colonización castellana introducirá unas prácticas agrarias completamente distintas en su planteamiento y en sus consecuencias, a las cuales la autora también ha dedicado su atención en otros artículos (ver la nota 2).

El estudio ofrece una atención constante a la dialéctica de persistencia y cambio en el sistema. Lentamente, sorteando infinidad de trabas y atenuantes, se advierten
replique omega los efectos de lo que aparenta ser un deterioro del orden social original. No hay modo de saber hacia donde conduciría esta tendencia; la conquista castellana impone un abrupto final. De todos modos la cuestión no merece dejarse de lado. Y quizá sea esta una de las cuestiones más interesantes que suscita el libro. Puede abordarse, por ejemplo, a partir de dos reflexiones relacionadas directamente con los contenidos del mismo.

La primera se referiría a la sustitución del riego “gentilicio” por el riego topográfico, representada en los magníficos gráficos de las pp. 148-150. Ya lo he observado antes: no tiene porqué entenderse como un deterioro de las lógicas tribales, sino como una recomposición dirigida a mantener la operatividad y eficiencia del orden agrario local y que, dado el caso, puede camuflarse con identidades genealógicas ficticias. Procesos similares se han reproducido en épocas recientes en el Atlas marroquí (5). La segunda sería la relativa a la presencia de personajes enriquecidos en los consejos de ancianos. Tampoco indica, necesariamente, un menoscabo del consejo como tal: se integran en el marco de representación existente y, probablemente, lo hacen como representantes de sus propios linajes. Cabe poca duda de que en tales consejos siempre han estado presentes los individuos más acaudalados, cuya influencia y prestigio les sitúa con facilidad al frente de sus respectivas parentelas o les proporciona una nutrida clientela: ¿quiénes eran, si no, los “mayorales” que dirigían la ciudad de Valencia durante los asedios del Cid (6).

La comparación con las dinámicas sociales desarrolladas en el Magreb o el Oriente Próximo en época moderna y contemporánea no está fuera de lugar. El orden tribal muestra una asombrosa capacidad de adaptación y regeneración, como se ha hecho notar, por ejemplo, en el actual Iraq (7). Esto es posible porque el fundamento primero de dicho orden reside en el territorio, en las redes campesinas que lo gestionan, y no en las estructuras de parentesco, independientemente de la importancia indiscutible de las mismas en la reproducción del sistema. Un autor justamente citado por Trillo, Jacques Berque, definió la tribu como un emblema onomástico : el orden tribal es una articulación de redes humanas en espacios concretos que adopta la lógica del parentesco, aunque este no sea, no pueda ser siempre, real.

Las observaciones anteriores, apresuradas y burdamente esquemáticas sin duda, sólo pretenden ofrecer una muestra de la fecundidad de ideas, de la amplitud del campo de reflexión al que nos invita el trabajo de la autora. Un trabajo del que debe valorarse, además, su claridad, rigor y coherencia. Carmen Trillo ha reintegrado a al-Andalus la Granada nazarí.

Josep Torró

NOTAS

(*) Reseña redactada para la Revista d'Història Medieval (e.p.)
(1) Studia Historica. Historia Medieval, 18-19 (2000-01), pp. 121-161.
(2) Sirvan como muestra algunos de los trabajos recientes de la autora: “¿Podemos saber como funcionaban las alquerías ‘por dentro’? Un planteamiento sobre la organización económica y social en el ámbito rural de al-Andalus”, Revista d’Història Medieval, 12 (2001-02), pp. 279-297; “Contribución al estudio de la propiedad de la tierra en época nazarí”, en Carmen Trillo (ed.), Asentamientos rurales y territorio en el Mediterráneo medieval, Granada Athos-Pérgamos, 2002, pp. 499-535; “Las actividades económicas y las estructuras sociales”, en R. G. Peinado Santaella (ed.), Historia del reino de Granada, I. De los orígenes a la época mudéjar (hasta 1502), Granada, Univ. de Granda – El Legado Andalusí, pp. 291-347; “El paisaje vegetal en la Granda islámica y sus transformaciones tras la conquista castellana”, Historia agraria, 17 (1999), pp. 131-152.
(3) La autora denomina normalmente clanes a lo que muchos antropólogos denominarían linajes: grupos de descendencia unilaterales que mantienen una proximidad residencial y cuyos miembros conocen el grado exacto de parentesco que les une. Ver Jack GOODY, La evolución de la familia y del matrimonio en Europa, Barcelona, Herder, 1986, pp. 301-315; y David M. HART, The Aith Waryaghar of the Moroccan Rif. An Ethnography and History, Tucson, 1976, pp. 262-264.
(4) Olivia AUBRIOT, L’eau, miroir d’une société. Irrigation paysanne au Népal central, París, CNRS, 2004.
(5) Pienso, especialmente, en el estudio de S. DESCOTES, Gestion de l’eau d’irrigation dans un village du Haut Atlas Marocain, memoria para la obtención del DIAT, dir. J.-L. Sabatier, École Supérieure d’Agronomie Tropicale, Montpellier, 1995.
(6) Pierre GUICHARD, Al-Andalus frente a la conquista cristiana. Los musulmanes de Valencia (siglos XI-XIII), Valencia, PUV, pp. 70-72 y 489-495.
(7) Faleh A. JABAR y Hosham DAWOD (eds.), Tribes and Power. Nationalism and Ethnicity in the Middle Esast, Saqi, Londres, 2003: “Certain classic works on tribes have depicted an irreversible line of development, a continuum of the desintegration of tribes and tribal structures and the emergence of national societies with individual citizens at its core... Yet the realities of the 1990s, and perhaps even earlier, provide ample evidence that in certain Middle Eastern countries the tribal factor has not only been strengthened but become decisively manifest. Tribal networks have not only endured but have taken new and varied forms” (p. 7).
(8) Jacques BERQUE, “Qu’est ce qu’une tribu nord-africaine?”, en Éventail de l’histoire vivante: Hommage a Lucien Febvre, París, Armand Colin, 1954, pp. 261-271.

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