El patrimonio arqueológico andalusí en Granada

Antonio MALPICA CUELLO. Arqueólogo. Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Granada.
18/7/05

Introducción

Antes de entrar de lleno en el problema que queremos debatir, que no es otro que las estrategias de conservación y, por tanto, de conocimiento de nuestro patrimonio islámico, parece prudente, e incluso diríamos que obligado, establecer algunos puntos de reflexión. No es tanto una discusión sobre el valor de los bienes culturales, que será objeto de numerosas intervenciones, cuanto de la necesidad de generar ciencia histórica a partir de operaciones que, en su fin, no parece que lo sean. Mejor dicho, tendrían que serlo, pues deberían de ser el resultado de discusiones científicas. Pero no siempre es así. Con frecuencia el valor del conocimiento y de la especulación científica se deja a un lado y permanece de una manera demasiado estable la idea de encontrar una solución únicamente para cada caso concreto. Es así como la «puesta en valor» de los restos arqueológicos se convierte en un fin en sí misma.

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Más aún, blancpain replica la propia investigación arqueológica suele estar más atenta a esas operaciones que a los propios debates que la inserten en análisis de contenido histórico.

Por todo ello, como trataremos de demostrar, muchas de las cuestiones que se examinan y que continúan siendo objeto de discusión están planteadas mal desde el principio y obedecen a una falta evidente de rigor en la investigación y al escaso interés por ella.

No parece, pues, que esté demás señalar, aunque sea de manera general, las bases que permitan caracterizar la sociedad andalusí. De otro modo, caeríamos, en nuestra opinión, en un relato interminable y puramente descriptivo de los bienes culturales andalusíes. Partiendo del análisis de la sociedad de al-Andalus pretendemos asimismo poner de relieve los problemas que se han desarrollado en su investigación y las operaciones de ocultación o, cuando menos, de banalización de nuestro rico patrimonio cultural.

De entrada, renunciamos, según ya hemos dicho, a una discusión autónoma sobre la realidad en que nos movemos, que bien merecería algunos párrafos. Por eso mismo, preferimos ir incluyendo algunos aspectos en el curso de nuestra exposición.

Tras hablar de la sociedad andalusí para señalar las bases que la puedan caracterizar, es cuando entraremos a discutir el papel asignado a cada elemento que resulta de ella y que ahora están fuera de la organización global del espacio, permaneciendo como ruinas. No obstante, una de las principales características de ese rico período histórico es la de crear establecimintos con una gran perdurabilidad, fruto de una transformación muy fuerte del medio físico por obra de la agricultura irrigada, como veremos más adelante. Es así como el paisaje, que de por sí es un bien cultural, adquiere una dimensión científica, arqueológica y patrimonial de primer orden, máxime cuando se aprecian aún en nuestra geografía ejemplos dignos de ser conservados y, por supuesto, previamente analizados.

La sociedad andalusí. Bases para su caracterización

La sociedad de al-Andalus se puede definir como tributaria o tributaria-mercantil, pese a que todavía hay discusiones al respecto (1). Esta definición, que parte de los análisis teóricos de Samir Amin (2), ha sido aceptada por Pierre Guichard (3) y por otros investigadores (4) , si bien el punto de partida en el presente caso hay que hacerlo arrancar del primer libro de Guichard sobre al-Andalus (5). En esta obra sus planteamientos partían de la consideración de la sociedad andalusí como distinta de la feudal occidental, si bien con una fuerte carga estructuralista y con un desarrollo histórico de menor entidad. La existencia de una base social apoyada en la familia extensa y en el agnatismo riguroso y en la endogamia, hacía posible una estructura muy sólida y en la que era difícil penetrar desde el exterior. Sin embargo, hay que reconocer que de su dimensión material era poco lo que se sabía. Sólo tras los estudios de Miquel Barceló se han podido establecer las líneas más generales. En su momento planteó la necesidad de conocer «la organización del proceso de trabajo dentro del amplio espacio de la alquería» (6). Más tarde ha ido estableciendo los principios del hidraulismo andalusí y la configuración de su mundo campesino (7).

En la presente ocasión sólo es posible esbozar las cuestiones generales, ya que la riqueza del debate, si bien en muchos momentos ha quedado oscurecido y aun se ha empobrecido, impiden entrar de lleno en el mismo.

Al-Andalus se integra, como es evidente, en las sociedades precapitalistas, que, en opinión de S. Amin, presentan tres características comunes: «1) el predominio de un modo de producción comunitario o tributario; 2) la existencia de relaciones mercantiles simples en esferas limitadas; 3) la existencia de relaciones de comercio lejano» (8).

Son líneas muy generales que parten de la descomposición del llamado «comunismo primitivo», que da como resultado la configuración de comunidades y una jerarquización posterior. Este paso no es homogéneo, como seguramente tampoco lo fueron las sociedades comunitarias primitivas, ya que al menos debieron de existir diferencias de orden ecológico y, por tanto, respuestas diversas. Por eso, el propio S. Amin procede a hacer una división en tres «subfamilias»: la primera es la que denomina formaciones tributarias ricas, que son aquéllas que se basan en «un excedente interno voluminoso» (9). La segunda corresponde a la propia de las formaciones tributarias pobres, que presentas como característica principal «el escaso volumen del excedente interno» (10). Por último, están las formaciones sociales tributarias-comerciantes. Es aquí donde se insertan las sociedades islámicas, si bien se perciben diferencias entre ellas.

La caracterización elemental del modo de producción tributario ha sido hecha, en primer lugar, por Amin. En él hay dos clases sociales esenciales. De un lado encontramos el campesinado, organizado en comunidades; de otro tenemos una clase dirigente que «monopoliza las funciones de organización política de la sociedad y percibe un tributo (no mercantil) de las comunidades rurales» (11).

Rolex Replica Watches Dos cuestiones merecería la pena destacar a este respecto. En primer lugar hay que señalar qué son y cómo se organizan las comunidades campesinas. En segundo lugar, hay que reconocer el papel que desempeña el Estado y cómo se configura.

Con respecto al primer punto sabemos bastante, pero queda muchísimo más por dilucidar. Las alquerías son la base territorial de partida de la sociedad andalusí y, por extraño que nos pueda parecer, apenas si han sido objeto de análisis arqueológicos, hasta el extremo que podemos decir que sólo se han excavado, siempre de forma bastante parcial, unas pocas. Y en algunas de ellas se ha actuado de tal manera que hacen prácticamente inservible los resultados que se han presentado, Lo que sabemos es sobre todo por la arqueología extensiva que ha sido revestida del ropaje de hidráulica. El punto de partida, que sostiene M. Barceló, es que hubo una importante migración a al-Andalus desde puntos antes controlados por el Islam, tanto desde la península de Arabia (12), como desde el vecino mundo norteafricano (13). Estos nuevos pobladores establecieron una agricultura basada en la irrigación, distinta a la anteriormente existente y que aportó no sólo técnicas sino plantas traídas de tierras de clima muy distinto al mediterráneo (14). Es así como se estableció en agroecosistema diferente al que había surgido del ecosistema mediterráneo. Y lo que es más importante, tuvo que convivir con este último.

Esta agricultura fue posible por el establecimiento de asentamientos rurales organizados por grupos familiares más o menos extensos, con unas estrategias que impiden su desintegración (15) Al mismo tiempo la cohesión territorial que presentan indica que la irrigación es una opción económica firme y que le confiere una gran estabilidad. Se ha podido precisar hasta qué punto los ingresos fiscales procedentes de esta agricultura, que no de las actividades comerciales, fueron importantes (16).

La riqueza de la agricultura irrigada dio un giro decisivo al poblamiento, hasta que en un momento dado, con seguridad en el siglo XI, los mercados fueron estables, que fue la condición previa necesaria para la generación de una intensa vida urbana (17). Ahora bien desconocemos, pese al amplia literatura científica existente, cómo aparecieron la ciudades. Se ha insistido que en su creación tuvo un papel destacado el Estado. Por tanto, estamos obligados a examinar brevemente su configuración en el mundo islámico.

P. Guichard ha señalado que no se puede emplear la noción de Estado como se hace en el mundo occidental. No es posible hablar de un «aparato institucional», tampoco de una organización compleja y jerarquizada como se aprecia en Bizancio. No obstante, era un Estado necesario, que el mismo investigador francés ha definido como «“aparato del islam”, constituido por un complejo de funciones políticas, administrativo-fiscales y jurídico-religiosas que, en su conjunto, son legalmente indispensables para el funcionamiento de la comunidad (es necesario un poder político, emiral o califal, para nombrar a todas las funciones “delegadas”, cadíes para administrar justicia, imam/s y predicadores para asegurar el servicio de las mezquitas, agentes fiscales para recaudar los impuestos obligatorios, etc.)» (18).

Según ha resaltado Guichard se debe de considerar «obligatorio». Sus instituciones «eran consideradas por todos como necesarias y, en cierto sentido, consustanciales a la propia organización social o comunitaria» (19).

El Estado, siempre entre los límites de la legitimidad y de la necesidad, hasta el punto de ser considerado una institución usurpadora y corruptora de la comunidad, se considera a veces puramente transitorio. Además, el poder queda simbolizado en una persona, paulatinamente aislada de la sociedad sobre la que se impone, que está revestida de una cierta, pero sólo cierta, representación religiosa (20).

El poder estatal tiene como base la ciudad, pero no se puede decir que ésta sea una creación mecánica de él. Y he aquí donde tropezamos con uno de los problemas principales, la escasez de análisis relevantes sobre el papel de tales núcleos en el esquema de «modo de producción tributario o tributario-mercantil» (21).

Tenemos, pues, que la sociedad de al-Andalus es fundamentalmente rural, que la ciudad es una creación mal conocida y, en contrapartida, en la que se ha ido concentrando la investigación sin resultados suficientes como para dilucidar su papel. Por otra parte, los núcleos más claramente creados por el poder político, las llamadas ciudades palatinas, han sido de manea casi exclusiva consideradas como tales y se ha destacado sobre todas las cosas su papel de manifestaciones del Estado islámico. Con frecuencia, como veremos en el caso de la Alhambra granadina, se les ha hurtado su condición de asentamientos humanos, con una base material sin la que no podrían haberse levantado y mantenido. Han quedado como espacios monumentales con partes inconexas y difíciles de mostrar a una población que demanda cada vez más productos de consumo cultural de calidad.

Algo similar ha pasado con los castillos. Fueron concebidos por algunos investigadores como elementos sustanciales del paisaje arqueológico y respondían, según ellos, a la conformación social de al-Andalus. Es el caso de lo que se observa en la obra del ya citado Pierre Guichard.

Fue él quien primero introdujo el tema en la investigación sobre al-Andalus (22). Lo hizo en el marco del importante coloquio celebrado en el año1978 en Roma, posterior, pues, a la edición del libro de Pierre de Toubert, en la que planteaba el tema del incastellamento (23). En ese coloquio se quería, partiendo del debate abierto por Toubert, estudiar la formación del feudalismo en el mundo occidental mediterráneo (24). En realidad se buscaba marcar la necesidad de incorporar el «modelo toubertiano» y poner de manifiesto cómo el feudalismo iba más allá del ámbito europeo que hasta entonces le había sido propio (la zona entre el Sena y el Rin). Otro trabajo de similares características lo firmó el mismo Guichard con André Bazzana en las Journées de Flaran celebradas en 1979 y publicadas al año siguiente (25).

El tema central de ambos trabajos es la cualificación de la sociedad andalusí, que ya había realiza y ahora precisaba partiendo del análisis de los castillos (26). De acuerdo con tales trabajos veía en la arquitectura militar unas características arquitectónicas específicas que habría que entender en la medida en que surgieron de una sociedad como la andalusí. Son estructuras defensivas con una extensión que va de los 4.000 m2 hasta 1 Ha. Se trata de obras levantadas en tapial. Largos lienzos, de trecho en trecho con torres, encierran una área desocupada o no. En el caso de que esté vacía se la considera una albacara. E entonces un espacio en el que se recoge el ganado y las gentes del territorio en torno al castillo.

Normalmente cuenta en tal supuesto con grandes cisternas que sirven abastecer de agua a animales y personas. El segundo espacio es claramente defensivo, el castillo propiamente dicho. Allí se encontraba una guarnición mandada por un alcaide. Como no servían para el propósito de los conquistadores cristianos, se vieron forzados a modificarlos. Con eso, además, les fue posible a los nuevos señores mostrar su poder y añadirlos como un elemento más de su prestigio social (27).

La aportación de Guichard va mucho más allá del análisis puramente arquitectónico. No deja a un lado el papel del castillo en la organización del territorio, sino que se dedica a analizarlo. A cada castillo le correspondía una extensión territorial que llevaba el mismo nombre que aquél. Diversas alquerías, ocupadas por grupos familiares más o menos extensos, muchos de los cuales han dejado huella en la toponimia. Se integraban en ese territorio. Eran núcleos conformados por «comunidades rurales libres muy vigorosas» (28). No cuentan con señores territoriales, lo que no impide que «una parte de los ingresos de la aristocracia dirigente pudieran proceder de la explotación de sus propiedades agrarias» (29). Éstas eran los denominados rafals.

Guichard culmina su estudio presentado en el coloquio de Roma señalando que la forma en que se organiza la sociedad valenciana anterior a la conquista, que es la que estudia con detenimiento, no es la propia del mundo feudal, sino que hay que calificarla como tributaria (30). Por eso, en el mismo edificio del castillo están representados los dos grupos sociales mayoritarios que la integran: de un lado, las comunidades de aldea, que son propietarias de la mayoría de las tierras de cultivo, y, de otro, el Estado (31). Mientras que la albacara es de estas aljamas dueñas de tierras, el castillo propiamente dicho pertenece al poder estatal. Por eso entiende la sofra como la obligación de contribuir a los gastos de reparación de las estructuras defensivas de acuerdo con tal dualidad. Con razón Chris Wickham ha destacado que se trataba más que de castillos en el sentido sociopolítico habitual que se utilizaba en el Occidente del año mil en adelante, eran fortificaciones públicas y colectivas (32).

El gran mérito de los trabajos de Guichard, que desde luego encuentra inspiración en los postulados de Toubert, aunque sea para señalar las diferencias con lo que sucede en el mundo occidental feudal, es conducirnos a la cualificación de al-Andalus. Sus planteamientos, como los del «modelo toubertiano», obligan en gran medida a los arqueólogos a intervenir en el debate. Para llevar a cabo la comprobación o no de sus teorías se tuvo que acudir a la arqueología. Ésta adoptó las características propias de la extensiva, procediéndose a analizar edificios y territorios a niveles superficiales. Y es así como encontramos una contradicción muy marcada entre la discusión teórica, apoyada con frecuencia en los textos escritos y en un trabajo arqueológico muy exiguo, e intervenciones de restauración que no siempre se han desarrollado con la metodología adecuada. De todo ello tenemos como resultado un volumen de páginas muy elevado en las que se analizan datos mínimos y de forma reiterativa, con descripciones muy someras, y otras dedicadas a señalar los sondeos llevados a cabo sin ningún género de consideración historiográfica.

Los estudios sobre los castillos que deberían de habernos conducido a discusiones y planteamientos de una mayor densidad histórica, se han quedado a medio camino y se han reducido y empobrecido. Ni siquiera se han aprovechado las numerosas oportunidades que se han ido presentando para hacer análisis de mayor complejidad, que son, precisamente, los que necesitamos. Si descendiéramos a nuestro caso concreto, el panorama sería sencillamente lamentable.

En suma, el castillo es sólo un punto emergente de una realidad social más rica. La insistencia, por otra parte, en estudiar las ciudades ha conseguido también su propósito, no poder precisar la organización de la sociedad andalusí. Adolecen los trabajos realizados hasta el presente, por lo común, de los mismos defectos que los referentes a los castillos. Se contemplan como algo en sí mismas, sin considerar su papel en el conjunto de la organización territorial. Además, han sido pasto de intervenciones múltiples en gran parte sin mucho rigor, de manera que se ha intervenido en ellas más que en otros puntos con mínimos resultados.

Tendremos que atender a las características esenciales que, en nuestra opinión, se deben de considerar. Así, parece probado por la configuración de las ciudades islámicas de primera época (33), que las diferencias entre el mundo urbano y el rural no era tan grande como en períodos posteriores. Se organizaba en barrios separados, en los que se agrupaban gentes con una base gentilicia similar. Tales barrios estaban apenas relacionados entre sí, con una diferenciación entre el espacio propiamente urbano y el del poder, cuyo punto de relación está en la mezquita mayor, como se documenta arqueológicamente (34). La aljama fue una creación posterior a la misma formación de la madina. El Estado necesitaba un punto de apoyo para establecer la relación con las comunidades campesinas y tenía que aprovechar los agrupamientos que éstas iban desarrollando. Sólo con la formación de un espacio público en el sentido de que era de todos, pero que había sido situado por el poder estatal, era posible acelerar y regularizar tales relaciones. Este principio, que aparece claramente a través de la arqueología, cuando ésta se ha hecho de manera inteligente, lo que no siempre es el caso y menos en nuestro ámbito, da pie a que se desarrolle en la línea que en su día planteó J. C. Garcin (35). En efecto, las ciudades parecen ordenarse en torno a elementos públicos, entre los que se encuentran elementos esenciales como la mezquita aljama, la residencia del gobierno o dar al-imara y, como consecuencia de todo ello, los mercados.

De la decisión estatal de superponerse a estos establecimientos se derivará la conformación de ciudades que no pueden nunca considerarse como núcleos controlados totalmente por el Estado. Se conocen mecanismos para evitarlo.

La madina se fue convirtiendo, por la propia dinámica de los territorios en que se insertaba y por la acción del poder en otra medida, en un núcleo en el que las actividades económicas, agrícolas y mercantiles, fueron fundamentales. De ahí que emerja un grupo urbano poderoso y autónomo, capaz de imponer sus condiciones al poder estatal. En la gran crisis de los siglo XI y XII se aprecia con claridad. A veces no existe el Estado o es una sombra y la pujanza urbana es manifiesta. Pero, al mismo tiempo, como ya se ha dicho, la economía campesina, pese a la presión de las ciudades, pudo segregar mecanismos de defensa a las alteraciones que se fueron produciendo, pues muchas veces fueron inevitables. En tal sentido la generalización de los «bienes habices» fue el motor que ralentizó muchas iniciativas e intervenciones externas.

Según todo lo señalado, la problemática histórica es muy vasta y a la arqueología le corresponde un papel de primera línea para hacer frente a un debate que hay que acometer sin más dilación. Sin él, seguiremos desprotegiendo nuestros bienes culturales y crearemos una lectura de nuestro patrimonio que no servirá nada más que para mostrar el exotismo, que muchas veces es sólo la irracionalidad, de una sociedad que tiene su propia lógica y que ha de ser mostrada a la ciudadanía en la medida de nuestras posibilidades.

Desde esa perspectiva, es ahora cuando parece obligado plantear las cuestiones propias del patrimonio del territorio granadino que estaba organizado en su totalidad por la kura de Ilbira desde la época califal y seguramente con anterioridad y que conformó un espacio organizado de larga perduración, primero con el reino taifa de los ziríes, dinastía de los bereberes sinhaya, y, más tarde, con el reino nazarí de Granada.

El patrimonio de los territorios granadinos

Una de las características de nuestros territorios granadinos, puesto que geográficamente son variados y no se pueden señalar como uno solo, es que estuvieron ocupados por el Islam durante todo el tiempo en que duró al-Andalus. Por eso contamos con un patrimonio muy rico y que nos permite seguir la realidad histórica y la vida material de los andalusíes. Es más, el hecho de que la conquista final del reino nazarí tuviese lugar a finales del siglo XV, con los Reyes Católicos, permitió un modelo de colonización en el que las poblaciones vencidas mantuvieron sus formas de vida durante bastante tiempo y se beneficiaron los vencedores de ellas por obra del tráfico comercial creciente y por efectos de la renta feudal, paulatinamente centralizada. Más que de destrucciones se debe de hablar de mantenimiento y transformaciones que, junto con la perdurabilidad de los asentamientos ya reseñada, hace que muchas veces los paisajes urbanos y rurales sean en sí mismos vestigios arqueológicos, aunque sigan siendo productivos.

Aun a riesgo de ser demasiado general y toda vez que es la primera ocasión en la que se hace un balance de las características propuestas, hemos considerado necesario diferenciar cada uno de los elementos de la organización del poblamiento que hemos venido señalando: castillos, alquerías y ciudades. Como en cada caso se podría elaborar una verdadera monografía, tendremos que remitirnos a cuestiones generales y acudir a estudiar sobre todo casos particulares, relevantes no sólo por ser conocidos, sino por el hecho, además, de que pueden solucionar problemas de amplio y denso contenido histórico. Además, hay que advertir que algunos de tales elementos son tan importantes que por sí mismos se podrían justificar.

Renunciamos, pues, a entrar en muchos más detalles y nos quedaremos con los aspectos más fundamentales para un análisis global como el que venimos proponiendo.

El problema que parece destacar en la actual historiografía es el de la ciudad. Ya hemos señalado que el debate no parece, sin embargo, arrojar la luz necesaria. En los territorios granadinos es especialmente destacable, toda vez que la discusión se ha centrado casi de manera exclusiva en los orígenes de Granada, que se pretenden romanos e ibéricos. En realidad se incide en el carácter cristiano de la urbe, en donde se celebró el importantísimo concilio de Elvira (36). Pero las pruebas arqueológicas no tienen la dimensión monumental que siempre se ha deseado, hasta tal punto que se ha llegado a escribir: «En esencia la realidad arqueológica de la ciudad romana no es la esperada, pero está ahí y sobre los restos materiales descubiertos en los últimos 20 años por la arqueología debemos intentar explicar su organización, estructura y desarrollo. De cualquier forma, con lo expresado en estas líneas no está resuelto el problema y siendo coherentes, debe ponerse en el mismo plano que el resto de hipótesis de trabajo que sólo podrán confirmarse o desmentirse ante la luz de nuevos hallazgos arqueológicos. En contra de esta idea podrá esgrimirse como un argumento los numerosos restos aparecidos durante los siglos XVI, XVII y XVIII pero sería paradójico que todo lo que existía en el subsuelo del Albaicín hubiese sido descubierto en épocas pasadas, cuando las remociones de tierra no eran tan profundas, no quedando más que algunos restos poco significativos que son los que los arqueólogos hemos encontrado.

Quizás el futuro nos depare la aparición de restos espectaculares que un espaldarazo a esa idea de una ciudad romana monumental, pero mucho nos tememos que los niveles romanos sigan siendo de la naturaleza que hemos referido en estas páginas» (37).

Todo indica que hay elementos de cambio. El paradigma de la ciudad romana está en proceso de revisión, y no sólo porque se reconoce que ha de partirse de un análisis de los restos arqueológicos descubiertos de época romana y su relación estratigráfica, sino porque también se insiste en un punto fundamental que en su momento ya propuse, la integración del conocimiento del territorio en cualquier estudio histórico-arqueológico de Granada (38).
Y he aquí donde entra el importantísimo tema de la ciudad de Madinat Ilbira. Se trata de un núcleo que aparece caracterizado en las fuentes como urbano y que arqueológicamente es casi desconocido. Merece, pues, la pena que le dediquemos nuestra atención.

Uno de los problemas historiográficos más debatido en el panorama científico europeo es sin duda el de la crisis del mundo romano, con su epigonismo germánico, y el inicio de la Edad Media. La discusión se ha polarizado en dos planteamientos que podemos calificar respectivamente de «rupturista» y «continuista». La argumentación se ha basado principalmente en la arqueología. Así lo demuestra la realización de proyectos de envergadura, ya terminados, como el de la Cripta Balbi, en Roma, que ha dado lugar a una serie de importantísimas publicaciones (39), o en curso de realización, tal cual el conducido por Richard Hodges en la ciudad de Butrint, en Albania. Se puede decir, parodiando al propio Hodges, que gracias a estos y otros proyectos, no todos propiamente urbanos, aunque los análisis de las ciudades sean muy importantes, la arqueología ha hecho posible que haya «light in the Dark Ages» («luz en los tiempos oscuros») (40).

Sin duda, los términos del debate están claros. La profunda crisis del sistema romano afectó de manera evidente a la organización de los centros poblados, sobre todo los urbanos. Las ciudades eran el elemento nodal del poblamiento, pese a no ser productivas y tener una dimensión especialmente política. Organizaban un amplio territorio con asentamientos de diversa cualificación, dependientes jurídicamente de ellas.

Por eso, como ha señalado Chris Wickham (41), hay una dispersión de los asentamientos que se agudiza al quedar fuera muchos de ellos del control urbano. Aunque no debe de olvidarse que, como ha escrito el mismo Wickham: «El fin del Imperio de Occidente no produjo cambios de forma inmediata en el poblamiento rural en la mayoría de los lugares» (42).

Se puede incluso decir que las invasiones bárbaras no produjeron un cambio inmediato, dada la densidad de los asentamientos precedentes y la escasez de los recién llegados, la mayor parte de las veces insertos en los escasos mecanismos de poder que quedaban. La transformación sería len

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Comentarios

1

may


jalate el ojo de pulpo
Comentario realizado por frank. 24/4/06 17:40h
2

ingeniero


esta muy buno
Comentario realizado por wilmer. 16/7/06 20:07h
3

El patrimonio arqueológico andalusí en Granada


como siempre que haces algo con ganas.. genial
Comentario realizado por el centinela. 19/1/07 14:33h
4

La Verdeja es Hueteña


Simplemente me gustaría hacer un inciso. El yacimiento de la Verdeja esta escabado sobre suelo hueteño como todo el mundo sabe, si bien esta justo al lado del nucleo de población de Villanueva de Mesia.
Es curioso que si buscas información en la red a cerca del Cerro de la Mora, parece que esta situado en Villanueva, cuando es en Moraleda... bueno, cosas de la vida.
Comentario realizado por Juan Pedro Ruiz. 21/2/07 1:46h
5

rae.es


"escabado" 0_0 ...Juan Pedro salao! sólo te ha faltado escribirlo con h. Un aplauso
Comentario realizado por Astúrico. 24/3/07 6:46h
6

hescabao


Todos los asturianos sois tan estupidos? Prefiero leer textos en castellano antiguo cuando la grafia era algo libre y el lenguaje un medio de comunicación, no de estúpida mofa del que se cree mejor por seguir unas obsoletas reglas.

Dicho esto... el artículo poco comentario me merece.
Ala, con dió!
Comentario realizado por Pelayo ha muerto. 26/4/07 10:08h

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